De la incomunicación habría que hablar largo y tendido. Y a ser posible sin el ceño fruncido, claro. Pero nunca encontramos el momento oportuno. Y es una pena. Porque es precisamente eso lo que la alimenta y la hace grande y feroz. Tan grande y tan feroz que acabará devorándonos, creo. No obstante, estamos ahí, Lucho y yo, una mañana más, en la terraza del Torino, con este bonito cielo azul del septiembre otoñal, y me dice: Una cosa que estoy aprendiendo ahora es que todo el mundo, en todas partes, tiene problemas graves. Eso es lo que dice. Lucho, a veces, puede llegar a perturbarme con su lucidez. Y me hace pensar. Supongo que más de lo que me gustaría, de hecho. Hace unos días, me dijo: Uno puede estar triste, extasiado e iracundo en la misma jornada. Y es verdad. El día es largo. Da para mucho. Tan pronto te dan ganas de abrazarlos a todos, como, al minuto siguiente, te parecen todos unos putos cabrones, dijo sin ningún énfasis especial. De la incomunicación, no es tan fácil hablar, ese es el problema. Pero se puede hablar de otras cosas. De lo políticamente correcto, por ejemplo. De lo políticamente correcto, habría que hablar largo y tendido. Porque lo políticamente correcto puede ser el silencio. No sé. Se me acaba de ocurrir. Ya que eliminando todas las incorrecciones del lenguaje y, por tanto, todas las incorrecciones del pensamiento, tarde o temprano alcanzaremos la corrección absoluta. Y eso solo puede consistir en el silencio total. Será maravilloso. Todos tenemos ideas morbosas. Mi tío Pío decía que, de hecho, todas las ideas son morbosas, sofisma que me costaba rebatir, le digo a Lucho. Y me suelta: El ser humano es un animal monstruoso, claro que como nosotros somos seres humanos, no nos damos cuenta. Sin comentarios.