Esto se está haciendo ya muy largo. Desde el 23-J pareciera que el tiempo avanza a otro ritmo. Su tiempo. Van y vienen los dirigentes políticos de aquí para allá. Reuniones, conferencias de prensa, entrevistas, críticas y reproches, manos tendidas, presuntos deshielos y vuelta a empezar. Pero sólo más pobreza política, más miseria humana alrededor. No le ha ido bien la farsa organizada por el PP, con el apoyo imprescindible de Felipe de Borbón, a Feijóo. Su único bagaje personal es una estrepitosa derrota anunciada. Pero la herencia política es igualmente desastrosa. El PP aún más atado a la ultraderecha y sin otros espacios políticos a los que poder mirar siquiera. Ya está en marcha toda la maquinaria para intentar impedir como sea la investidura de Sánchez y los acuerdos con sus posibles aliados. Las duras amenazas de Abascal desde la tribuna del Congreso o la agresión al diputado Óscar Puente de un macarra de medio pelo, apoyada por el PP, son los primeros ejemplos. O el estrambótico pronunciamiento de la jerarquía episcopal católica contra la amnistía –siempre están en el bando reaccionario–, mientras uno de ellos protegía a un cura depredador sexual sabiéndolo, es otro ejemplo. Falta el manifiesto de mandos militares que caerá un día de estos. Intensa campaña para alimentar la confrontación y agitación social y la intoxicación mediática. Una más en la estrategia de golpismo político, institucional y judicial que mantienen las derechas desde que el PP perdiera el Gobierno. No le ha ido bien a Feijóo y tampoco le ha ido bien en esta investidura a Navarra. Su presencia en los debates ha sido residual, pero como siempre que Navarra sale en boca de las derechas, su imagen resulta falseada y deteriorada. Feijóo citó a Navarra para rechazar la transferencia de Tráfico a la Policía Foral, porque, dijo mintiendo, supone la salida de la Guardia Civil de la Comunidad Foral. Feijóo ignora seguro –las muestras de su falta de conocimientos mínimos son una seña de su escasa identidad política–, que Aznar ya firmó esa transferencia en 2000 para hacerla efectiva en 2001 con Sanz de presidente, acuerdo que, como tantos otros, incumplió. Como no podía ser menos, UPN aportó también su granito a esta mugre imperecedera en que se convierte el nombre de Navarra cada vez que se airea en Madrid, esta vez de nuevo bandeando el comodín ya muerto de ETA y la obsesión de la Transitoria Cuarta. Todos temas de máximo interés y problemas de primera envergadura para la sociedad navarra como todo dios sabe. Eso y el voto de UPN en alegre bailable con la ultraderecha a Feijóo es el triste balance. Frente al alarmismo propagandístico, la cruda realidad. La imagen que trasladan de Navarra los diferentes portavoces de las derechas en Madrid tiene como denominador común una idea negativa de la comunidad. Todo mal y peor que mal. Llega el tiempo de Sánchez cuando la sombra de un adelanto electoral se agranda. No lo sé. Solo si los acuerdos políticos se cimentan sobre compromisos de estabilidad  tendrá sentido su reelección como presidente. Veo claro ese compromiso en PNV, EH Bildu y BNG –y quizá Coalición Canaria–, pero lo veo difícil en Junts y ERC, enzarzados en una batalla descarnada. Sin estabilidad, el día después de la investidura será difícil, si no imposible, de gestionar a esa mayoría.