Feijóo no será presidente del Gobierno de España. Era una evidencia desde la noche electoral, pero ha hecho falta todo un proceso de investidura para dejar constancia. No está claro por qué el líder del PP ha querido pasar por un trámite parlamentario que ha sido más una moción de censura que una investidura. Si era por poner en marcha el reloj de la repetición electoral para reducir el tiempo de negociación de Sánchez o simplemente ha ido empujado por el ala más radical de su partido. 

El resultado en cualquier caso ha sido el mismo. Una derrota que por mucho que traten de maquillar sus aliados mediáticos solo refleja la soledad política del PP, incapaz de sumar alianzas más allá de la ultraderecha. Arrastrado por un conservadurismo moral cada vez más reaccionario y centralista que le aleja de los aliados a los que Feijóo ha tratado de seducir estos últimos días. Si el PP aspira a recuperar puentes con el PNV, este desde luego no es el camino.

La pregunta que queda ahora es si habrá un Gobierno liderado por el PSOE o repetición electoral, y el escenario sigue siendo muy complicado. El independentismo catalán, preso de su maximalismo, necesita amarrar bien la amnistía sin que ello suponga renunciar a un referéndum de independencia. Pero el PSOE sabe que hay líneas que no puede traspasar. Una cosa es dar carpetazo a las consecuencias judiciales del procés y otra muy distinta abrir la puerta a la ruptura de la unidad territorial. 

Hay además muchos intereses para que todo este proceso fracase. El de la propia derecha política y mediática, que sigue suspirando por una repetición electoral. El de algunas estructuras del Estado, que siguen apostando por la mano dura contra el independentismo a modo de escarmiento histórico –no conviene subestimar las advertencias de Abascal en el pleno del viernes–. Y el de un poder económico que quiere hacer del Gran Madrid el pilar central y motor único del Estado.

Con todo, la investidura de Sánchez sigue siendo ahora mismo lo más probable. A ninguno de sus aliados le interesa una repetición electoral y eso suele ser un argumento importante para llegar a un acuerdo. Aunque por el camino haya que tensionar la negociación, aun a riesgo de acabar rompiendo la cuerda. El choque de los últimos días a cuenta de la declaración aprobada por ERC y Junts, poniendo el referéndum como condición para la investidura, sirve para recordar que la negociación no va a ser fácil.

El efecto mariposa

Es en el campo catalán donde se va a acabar decidiendo la investidura de Sánchez, que sin embargo va a tener que buscar el acuerdo en otros terrenos de juego, menos hostiles pero igual de relevantes. También en el campo del nacionalismo vasco. Ni PNV ni EH Bildu tienen otra alternativa que facilitar un Gobierno del PSOE. El pacto con el PP es inviable para los jeltzales y la apuesta pragmática está siendo muy rentable para la izquierda soberanista. Pero su apoyo tendrá también una valor importante.

Quizá no tanto como contraprestación a la investidura, que no se moverá en términos muy diferentes a los de un acuerdo presupuestario, pero sí en cuanto al contexto que puede generar. Dos gobiernos del mismo color sostenidos por las mismas mayorías, en un escenario de apertura territorial y de reconocimiento de la pluralidad lingüística, puede ser una buena oportunidad para avanzar por la misma senda también en Navarra.

De entrada para consolidar la mayoría parlamentaria, con UPN nuevamente escorándose a la derecha tras el amago pactista del inicio de la legislatura. Pero también para acercar posturas en cuestiones que parecían condenadas a una confrontación política permanente.  

En el ámbito de la normalización lingüística por ejemplo será difícil mantener posiciones rígidas cuando el euskera se abre paso en el Congreso y busca la oficialidad en la Unión Europa. Y aunque es improbable que se pueda llegar a un acuerdo en puntos tan sensibles como la zonificación, para la que sigue sin haber mayorías parlamentarias, la nueva legislatura sí puede facilitar un clima de consenso que aleje el euskera de la disputa partidista.

A fin de cuentas, la colaboración institucional invita también a la empatía y al encuentro. También en aquellos lugares donde hasta ahora no ha sido posible. Un escenario en el que el Ayuntamiento de Pamplona asoma poco a poco en el horizonte, con la alcaldía convertida en el último bastión de poder de la derecha en Navarra.

No hay por ahora pasos significativos que apunten a un cambio inminente en la capital, pero el contexto se vuelve cada vez más favorable. Cuatro años más de parálisis institucional, sin capacidad de sacar adelante presupuestos ni proyectos de futuro, serían un castigo innecesario para una ciudad que cuenta con una clara mayoría progresista. Coherente con la que gobierna en Navarra y con la que posiblemente gobernará en España.

Una realidad que se empieza a asumir dentro en el PSN, que avisa de que la situación en el Ayuntamiento, con una alcaldesa en minoría actuando de espaldas a la oposición, resulta cada vez más insostenible. Lo ha advertido su portavoz en el Consistorio, para quien quisiera escuchar. Y ha resonado también en el comité regional de este sábado. No está claro si es fruta de otoño o de invierno, pero la alcaldía de Iruña empieza a madurar. Y ninguna fruta madura se queda en el árbol.