Una va por la vida y va aprendiendo, a veces tarde y porque no queda más remedio, otras con voluntad y resultados desiguales, no es un proceso lineal que garantice ni el éxito ni resultados permanentes. Una sabe lo que sabe hasta el momento y el conocimiento cambia. Lo hablaba el otro día con C.

Siempre hemos cultivado el estudio de caso y el placer de la disección. La cosa empieza por un me ha pasado esto o le he dado vueltas a eso otro y he reaccionado de tal forma y me he quedado así o asá y cómo lo ves y de ahí, tranquilamente pueden pasar dos o tres horas con sus tramos rectos, sus digresiones, estupores y conclusiones, siempre provisionales.

Creo que para ambas el punto de partida es la sensación de suelo movedizo, de precariedad autopercibida, que no es otra cosa que la conciencia de las limitaciones personales y el recorrido vital, que, dejen que me ponga cursi, como un río, arrastra piedrecillas, algunas casi pulidas de tan baqueteadas, otras que se rompen y deben volver a amansarse y otras que caen a la corriente puntiagudas y hostiles desde las márgenes.

En nuestras conversaciones puede percibirse una tensión doble, saber qué es lo correcto objetivamente (con todos los peros que se le puedan poner a la objetividad, pero somos dos boomers y nos educaron con la premisa de que había ciertas normas, valores incluso) y qué es lo correcto para una. Y ya metidas en harina, oscilamos entre la paciencia y la zozobra, la explosión y la contención, la sonrisa y la pesadumbre. Con suerte, esta reflexión durará hasta que perdamos la capacidad de hilar dos frases.

Para el año que vamos a estrenar, les deseo que disfruten con alguien con quien poder hacer lo mismo.