Hoy se lo cuento, aunque la imagen me asalta desde el principio de la guerra de Israel y Gaza. Con un punto de pudor, porque es una minucia personal ante una situación que no puedo imaginar en su totalidad. Porque no voy a hablar de algo que no sepan o no sientan. Pero, precisamente por esa razón, con otro de necesidad porque creo que a ustedes puede sucederles algo similar, que han encontrado un punto de conexión inmediato y lo contemplan, y en esta conversación silenciosa podemos encontrar un espacio de coincidencia.

La tela blanca de algodón sin costuras, el lienzo que se utiliza en el rito islámico para amortajar los cadáveres se llama kafan. Lo he buscado para poner la palabra adecuada. Los cadáveres amortajados se asemejan a crisálidas y así los denomino interiormente, hice esa asociación de forma automática.

Pero la crisálida supone un paso hacia adelante, el desarrollo de la vida, una transformación hacia la plenitud, no este destrozo cuyas consecuencias añadirán más décadas al sufrimiento. Esta contradicción, mejor dicho, contemplar esta contradicción es lo que hago. Mirar a esos hombres y mujeres que se mantienen erguidos o se dejan caer ante los cadáveres o que los portan, en brazos si son los de criaturas. ¿Cómo se puede sobrevivir a esa experiencia?

¿Qué querían estas mujeres y hombres para sus hijas e hijos? ¿Qué les parecía razonable esperar? ¿Qué soñaban? ¿La distancia entre lo previsible y lo soñado era, como pienso, mucho más corta que la nuestra?

Las niñas y niños que sobreviven se enfrentan a la orfandad, la pobreza, la enfermedad, la desnutrición, el desplazamiento, la mutilación, el trauma y al riesgo de morir, nada que ver con lo que deseaban para sí y con lo que consideramos imprescindible para el crecimiento.

Compartimos el conocimiento. Contemplamos.