Desde que los primeros colonos llegaron a lo que hoy es Estados Unidos, el país ha sufrido de una escasez crónica de mano de obra que ha resuelto siempre a base de importarla, por mucho que hace un tiempo atrás el índice de natalidad era muy alta y la población tenía un elevado índice de crecimiento, mientras que ahora apenas pueden sostener los niveles existentes.

A los primeros inmigrantes británicos se les sumaron posteriormente europeos de los cuatro puntos cardinales y no tardaron en añadirse los de países asiáticos, además de la forzada inmigración africana, con esclavos reducidos a esta condición por sus propios compatriotas que los vendían a mercaderes europeos, asiáticos o americanos.

Durante siglos gente de todas partes llegaba –y generalmente conseguía– en pos de una vida mejor, en una época de inmigración era prácticamente libre, pero la situación fue cambiando y hoy en día es difícil para los extranjeros instalarse legalmente en el país: los visados para inmigrar están muy limitados y muy pocos los consiguen para residir legalmente gracias al interés profesional que representan. Lo mismo ocurre con los visados familiares, de forma que pocos pueden llegar legalmente por razones familiares, es decir, matrimonio o adopción.

Flujo que no disminuye

Pero las necesidades de hoy no son muy distintas de las experimentadas a lo largo de toda la historia del país, siempre sediento de mano de obra. El flujo migratorio no ha disminuido, aunque los millones que llegan aquí sin el correspondiente permiso tienen todo tipo de dificultades, que muchos aceptan de buen grado pues están mejor que en sus países de origen y, sobre todo, tienen más posibilidades que casi en cualquier otra parte de llegar al bienestar económico.

A lo largo de las últimas décadas, se ha ido formando una enorme masa de gente indocumentada, que disfruta de vivienda propia, automóvil y seguridad médica a muy bajo costo, gracias a los centros para ayuda a los inmigrantes sin los cuales este país no puede vivir.

La administración Biden demuestra cada día el deseo de aumentar el número de residentes, con una política de fronteras prácticamente abiertas en el sur, a donde llega gente de todo el hemisferio de África, Asia y Europa.

Factor constante

La indefinición de la sociedad norteamericana hace fácil la integración: en un país abigarrado con gente de diversas religiones, vestimentas y hábitos culturales, no hay exclusión por identidad y es frecuente que ya la segunda generación esté totalmente integrada y con todas las posibilidades de ascenso profesional.

Si los inmigrantes ganan ventajas económicas, podría ser que el país gane con ellos aún más, al garantizarse una mano de obra y un estímulo a largo plazo. La inmigración es un factor constante hoy en países desarrollados, pero la gran diferencia aquí es la fácil integración en la sociedad norteamericana, aunque sea como entrar en una casa sin paredes: todos entran, aunque la casa tenga poco de hogar y de intimidad.

Y muy importante es que el puesto de trabajo está prácticamente garantizado: con un desempleo que ronda el 3.5%, no hay prácticamente paro en el país y los empresarios se esfuerzan por conseguir trabajadores…y consumidores.

Derecho al voto

Además, el Partido Demócrata que está ahora en el poder, espera resultados electorales de los recién llegados: en elecciones locales y municipales, ha dado derecho a voto a los inmigrantes que aún no se han nacionalizado, con la esperanza de que les apoyen. Y no van descaminados, porque con escasas excepciones, la mayoría de los inmigrantes favorecen a los demócratas. Y el partido espera que, en el plazo de unos años, cuando se hayan convertido en ciudadanos, les ayudarán a poner a sus candidatos en la presidencia. O si todavía no pueden hacerlo porque siguen estando ilegalmente en el país, es casi seguro que tendrán los votos de sus hijos.

Indocumentados

El actual gobierno del presidente Biden demuestra este deseo demócrata y desde que ocupa la Casa Blanca ha permitido que crucen la frontera y se queden en el país por lo menos tres millones de indocumentados, que hoy se apiñan en ciudades “refugio” como Nueva York o San Francisco. Allí causan hoy problemas de hacinamiento y seguridad, además de sangrar las arcas públicas con los servicios sociales que necesitan, pero es casi seguro que mañana ayuden a la prosperidad a que este país está acostumbrado.