Pensando en el traspaso de competencias de inmigración a Cataluña y el debate suscitado, he buscado y no he encontrado, pero seguiré en ello, unos mapas que hicimos M, M y yo cuando estudiábamos historia medieval.

Debían reflejar sobre el mapa de Europa y cada cincuenta años los movimientos de los pueblos germánicos en su desplazamiento hacia el oeste y la superficie en que se asentaban y cultivaban la tierra o hacían cestos o cuidaban ovejas. Querían vivir mejor y el desplazamiento fue exitoso como confirma nuestro ADN.

No fueron los primeros en llegar y en ser considerados peligrosos. Antes de hacer los mapas, habíamos aprendido que asociar la caída de Roma a la llegada en tropel de pueblos extranjeros violentos y poco civilizados era una simplificación. Peor, una falsedad que por repetida se hizo indiscutible. El imaginario colectivo peca de poco curioso y tiende a la frase hecha, no pierde el tiempo en rebuscar en códices.

Por eso, cuando escucho o leo que quien no conoce la historia se condena a repetirla, se me dispara la ceja izquierda, no tanto porque la frase tiene sus lagunas, sino porque no sé a qué versión de la historia se refiere

Las migraciones son tan antiguas como la especie y en su origen hay crisis climáticas –relativas a la comida– y políticas –relativas a la seguridad, al futuro, a la esperanza–. De no mediar estas causas y, como quienes piensan que están aquí desde siempre guardando las esencias, la inmensa mayoría se habría quedado en casa. Espero que quienes llegan hoy, más pronto que tarde, sean los antepasados de nuestros descendientes. Antes, tendremos que ver muchos más planes, cuadrillas y parejas mixtas. A nuestro nivel de a pie, es la forma de construir historia, igual, con algo de empeño, de mejorarla.