Ser un náufrago y tener clase, eso es lo difícil, Lutxo, viejo amigo, le digo a Lucho con cierto énfasis acanallado en plan peliculero antiguo, dado que es lunes, me duele la cabeza y el día está algo turbio. En fin. Estamos ahí, un día más y le digo: Porque náufragos, todos lo somos, Lutxo. No creas lo contrario. Náufrago, en esta vida, lo es cualquiera. Náufrago lo eres desde que naces. Desde antes, incluso. Pero lo de tener clase es difícil, le digo. Y me suelta: Más difícil es que se entiendan la Yolanda y la Belarra. Qué cenutrio. Se cree que a mí me importa algo si se entienden, o no se entienden, esas dos buenas señoras. Ellas sabrán. A mí eso no me importa en absoluto, le digo. Y me contesta: Pues claro que te importa. Así que le digo: ¿Sabes qué es lo que de verdad importa ahora, Lutxo, viejo gnomo? Lo que de verdad importa ahora, lo más importante de todo, ahora y siempre, es tener clase. Y ¿sabes por qué? Pues porque ya casi nadie la tiene. Por eso mismo, va a ser un valor en alza. Porque va a hacer falta tener clase. La vamos a necesitar, no sé si me entiendes. Puede que no. No obstante, tener clase, tampoco lo es todo. A veces pierdes la clase por exceso de clase, claro. Hay que tener cuidado con eso. Pero además de tener clase, también hay que tener cintura, Lutxo. Y más en estos tiempos en los que todo es líquido. Porque lo es. Y a veces fluye a toda velocidad. Sobre todo cuando hay tempestades. Como ahora, por ejemplo, le digo. Y me suelta: De eso nada, no va a caer ni una gota en toda la semana. Y añade: Vamos a andar cerca de alcanzar los veinte grados. Así que así es la vida, claro. Hasta otra, le digo. A veces, después de hablar más una hora con Lucho, me voy para casa y tengo la sensación de que no me ha entendido ni una sola palabra. Ni yo a él, supongo. Yo creo que nadie escucha a nadie y que todos queremos dar la vara. Tener clase será no darla, me imagino.