Sin lugar a dudas, las preocupaciones del ciudadano pamplonés medio van por el lado de cuestiones más prácticas, como la iluminación, los ruidos, la seguridad, por qué sube la contribución y demás. También, en modo más trascendente, le preocupa llegar a fin de mes en condiciones de llegar al siguiente porque salir a la compra parece veces irse de joyerías, cosa que no sabemos cómo es pero por lo que sufre la tarjeta puede ser parecido, de sorprendente y salvaje... Pues eso.

A los aledaños de los Caídos se les llamaba hace muchos años la zona nacional porque por ahí andaban los fachas, que ya se les llamaba así sin que nadie dudara de ello, ni ellos mismos, porque sabían que lo eran y no necesitaban además que se dulcificara el calificativo como ahora. Por ahí, por esas arcadas lúgubres y sus contornos, abundaban las pintadas de “Viva Cristo Rey”. También a algún crío lo agarraban algunos fanáticos de coplilla fácil y coñacs ligeros que le hacían cantar el cara al sol, que se lo sabían ellos y nadie más. En este grupo de matoncetes algún conocido suele recordar que andaba un político de los hace unos años. “Igual de tonto ahora que antes”, me recuerda, pero chupando un tiempo de las urnas que antes prefería no tolerar.

El monumento de los Caídos y sus inmediaciones era un refugio para los nostálgicos, para una fauna peculiar. Alguno de estos anda estos días revuelto y crispado, defendiendo algún valor arquitectónico y monumental del mamotreto de piedra y feo muy feo que cierra la ciudad por donde se quiere escapar hacia el sur... La ciudad taponada, todo está mucho mejor cerrado, bajo llave, bajo tierra si se molesta. La nostalgia por lo que representa ese mausoleo es el verdadero tema. Su sostenimiento, lo que nos afea como ciudad y nos hace viejos y encadenados a la vergüenza. Y nos echa paletadas encima. De todo lo sucio que se quiera.