El programa Bailando con las estrellas dejó el otro día a los espectadores sin saber quién era el expulsado de la semana. La fase final, en la que se nomina a dos parejas para que repitan el baile y el jurado decida quién se larga, apenas dura ocho minutos, menos si se dan prisa, pero les dio igual.

Se acercaban peligrosamente las dos de la madrugada (ya tiene delito que acaben a esas horas) y los responsables del programa lanzaron los títulos de crédito cuando Jesús Vázquez reveló que no, que cortaban ya. “¿Pero qué dices, qué estás diciendo, cómo no va a haber baile?”, preguntaba confusa su compañera Valeria Mazza.

Vázquez recurría al tópico de “me están diciendo que no, que tenemos que terminar ya” y añadía “mira, nos están poniendo el copyright, nos dicen que nos tenemos que ir ya, que se acabó el tiempo, chao, chao, chao” y, efectivamente, cortaban la emisión y dejaban a sus espectadores con un palmo de narices y muchos anuncios para dar paso a ese programa tan importante que no podía retrasar ni un minuto su arranque: un telecasino para alentar a las masas a perder todo su sueldo sin levantarse del sofá. Maravilla.

Que el directo de Bailando con las estrellas está muy mal gestionado lo prueba el atropellado desenlace de todas las semanas, donde después de más de cuatro horas de programa, con muchísima paja para rellenar, no dan tiempo al expulsado ni a decir adiós. Esta vez fue peor, cuatro horas con la promesa recurrente de saber quién iba a ser el expulsado, para que sus espectadores no se vayan a la cama antes, y les birlan el momento en un tocomocho audiovisual. 

Huele a que buscan probar cambios en los primeros minutos del programa, que habitualmente son relleno intrascendente, para ver si así mejoran las audiencias. O no, si con la tomadura de pelo han mosqueado a muchos de sus habituales y deciden no volver por allí para que les roben el sueño a cambio de nada.

Si el programa decide explorar nuevas fórmulas, como dejar la eliminación para la siguiente semana, deberían explicárselo a la audiencia desde el primer momento y no recurrir a estas argucias. Y si, en verdad, tras el programa en prime time de una cadena estatal, hay un equipo que se gestiona tan mal como para tener que cortar la emisión sin terminar, habría que hacérselo mirar y tomar decisiones.

La primera, por supuesto, quitar parte de la mucha paja en forma de vídeos y sainetes con la que rellenan las cuatro largas horas para llegar a tiempo a la prueba final. La otra, claro, hubiera sido que Continuidad les diera ocho minutos más, pero eso supondría anteponer el respeto a la audiencia, y ha quedado claro que Tele 5 no paga horas extras y que el tiempo que menos vale en esa ecuación es el de sus espectadores: así que corte a saco y adiós.