Sumando no podemos y pudiendo no sumamos. Lo que quizá venga a confirmar que hoy la política de izquierdas, más que la gestión de las contradicciones o de las tensiones entre luchas culturales y de clase; se presenta como un juego suicida libremente elegido. Se actúa en nombre de la gente y sus problemas, se dice. Pero mucha gente acaba harta, o buscando otros refugios, sin comprender esa inmolación política.

Y es que esa izquierda altamente intelectualizada y politizada hasta extremos que superan en exigencia pragmática a los mismísimos Zizek, Badiou y Lyotard, dirá que la cuestión es abordar la radicalidad transformadora del mundo. Contactar con la ira, la frustración y la desafección de la gente a pie de obra para lanzarlo todo contra establishment. No seré yo quien lo niegue pero esa calle siente y habla de otras cosas.

Se demostró en Galicia. Entre Sumar y Podemos apenas llegaron al 2,1% de los votos. 32.025 votos muy fieles, sí, y muy politizados, también. Que aspiraban a conquistar los cielos pero acabaron por la borda de la desilusión. Porque la mayoría de la gente se encerró en la cueva del PP o en la cubierta del amanecer del BNG.

Así las cosas, Podemos y Sumar abren de nuevo las trincheras en Euskadi para enterrarse en ellas. Irán por separado en las próximas elecciones porque interpretan que federar es separar. O peor aún, que ello es lo mejor para cumplir con sus tactoestrategias particulares. Lo que demuestra la incapacidad de esta izquierda para transformarse de cara a las nuevas formas del deseo que ya dijera Mark Fisher. Llegados aquí, uno tiene la sensación de quedar atrapado en esa falsa conciencia nostálgica que se cuela por algunos discursos de izquierda. Y no.

Pero volviendo a Euskadi, parte del resultado será el reforzamiento del independentismo que fagocitará esos miles de votos inaugurando un nuevo, esta vez sí, ciclo político.