Orígenes familiares

Joan de Amendux nació y murió en Pamplona, aunque en sus cuarenta años de vida viajó mucho y residió en diversos lugares, dentro y fuera de la Península. Era hijo de Miguel de Amendux, médico y cirujano pamplonés, y de María Miguel de Garro. El apellido materno es de origen labortano, aunque muy extendido en la Alta Navarra desde la Edad Media, y de hecho su padre, Peiretón de Garro, abuelo de Joan, residía también en Pamplona. En cuanto al apellido paterno, Amendux, procede de Baja Navarra, de la localidad de Amenduze, aunque la familia llevaba asentada en Pamplona desde hacía generaciones, e incluso poseía una sepultura en la catedral, donde tenían enterrados a varios antepasados. El matrimonio de Miguel y María Miguel tuvo tres hijos, Joan, María Antón y María, además de un hijo extramatrimonial del padre, llamado Martinico, que al menos durante algún tiempo vivió con ellos.

Los Amendux-Garro gozaban de una posición económica desahogada. El padre había realizado sus estudios en la universidad francesa de Montpellier, algo al alcance de pocos, y poseían una casa con bodega, planta baja y piso superior, situada en la actual calle Estafeta, que entonces se conocía como “rúa de la Zaga del Castillo”. Poseían además varias viñas en Lezkairu y Ezkaba, tenían dos criados, y los inventarios de bienes familiares dan cuenta de la posesión de algunos objetos de valor. Nada, en suma, hacía presagiar la debacle que enseguida se iba a abatir sobre ellos. Maese Miguel de Amendux murió repentinamente en 1547, sembrando la incertidumbre sobre el futuro de la familia, pues era persona que vivía de su trabajo. Le siguió su mujer al año siguiente, y por las mismas fechas murió la segunda hija, María Antón, con lo que en el brevísimo lapso de dos años la mitad de la familia había fallecido.

Un valiosísimo cuaderno de notas

Miguel de Amendux debió de ser una persona ordenada y sistemática en las cosas tocantes a su trabajo, porque a su muerte dejó escrito un cuaderno donde había ido recopilando apuntes para su profesión de cirujano, contabilidad familiar, datos sobre las curas y consultas que llevaba a cabo, etc. En una página de este cuaderno es donde, años más tarde y estando en prisión, Joan de Amendux escribirá su famosa elegía. No es difícil imaginar al pobre Amendux, solo y desamparado en su celda, hojeando el cuaderno de su padre para evadirse del tedio de la prisión. Y que a la vista de las anotaciones paternas recordara su truncada infancia, viéndose impulsado a escribir su poema, cargado de tristeza y nostalgia. Posteriormente aquel cuaderno se incorporaría, en calidad de prueba, al proceso judicial al que se enfrentó Joan, y quedaría depositado en la sección de Procesos del Archivo General de Navarra. Cuatro siglos más tarde sería descubierto por el investigador José Goñi Gaztambide, que se lo haría llegar a su discípulo el euskaltzale José María Satrustegi, que será quien lleve a efecto su estudio y transcripción. Toda una suerte de carambolas, gracias a las cuales contamos con un testimonio irremplazable del euskara que se hablaba en Pamplona en el siglo XVI.

Un periplo largo y azaroso

La muerte del matrimonio supuso también la dispersión de la familia. Fue el abuelo materno, Peiretón de Garro, quien se responsabilizó de los huérfanos en primer término, toda vez que el mayor de ellos, Joan de Amendux, no tenía más de ocho años a la muerte de su madre. Peiretón retuvo en Pamplona a María, la hija superviviente, donde terminaría por casarse, pero en 1549 envió a los dos hijos varones a vivir con un primo del propio Joan, que vivía en Valtierra, el cirujano Juan de Osés. Debemos hacer notar que para este momento de su infancia Joan de Amendux era una persona netamente euskaldun, porque se había criado en una familia vascoparlante y porque sus primeros años los había pasado en una ciudad también claramente euskaldun. Y debemos de suponer que sus contactos con el euskara no terminaron con su salida de Pamplona, y que también en la Ribera debió de encontrarse con personas vascoparlantes, empezando por su propio primo, Juan de Osés, que impidieron que el euskara materno cayera en el olvido.

En esta época comenzó Joan sus estudios, a iniciativa de Osés. Sabemos que no fue buen estudiante, que era inconstante y rebelde, y que posiblemente tenía problemas para expresarse en castellano. En 1553 su primo el cirujano marcha a Tudela a ejercer su oficio, llevándose con él a Joan, pero al año siguiente, cuando Amendux cuenta 14 años, lo envía a Zaragoza a aprender el oficio de “lencero”, tratante de lienzos. La estancia en Zaragoza fue accidentada, puesto que enfermó en dos ocasiones, en una de ellas de bastante gravedad, y su tío terminó por traerlo de vuelta a Pamplona en 1556, para proseguir su aprendizaje con el mercero Domingo de Lerizondo. Parece ser que el regreso a su Iruñea natal no enderezó al joven, por lo que en 1560 y sin haber terminado aún su formación, su primo y tutor decide mandarlo a Sevilla. Es en este tiempo cuando Osés describe a Amendux como “moço perdido y que daba mala cuenta de lo que se le encomendaba”, y como queriendo dar la razón a su tutor, Amendux volvió de Sevilla “gastado lo que llebó, perdido sin aprovechamiento alguno”. Todavía hizo Osés un intento por sacar provecho del joven, y al año siguiente lo manda a Donostia, donde embarcaría para Flandes, gran centro del comercio de paños en aquel tiempo. Tampoco encontró Amendux acomodo allí, y gastado el dinero volvió a los cuatro meses a Iruñea, con intención de quedarse.

Elegía y muerte

Definitivamente en Pamplona, Joan de Amendux abrió en 1564 una mercería en la calle Chapitela. Por desgracia, los manejos de algunos parientes y allegados, como Lope de Echebelz y su propio tío Antonio de Garro, que se aprovecharon del joven y dispusieron libremente de sus bienes, pusieron en jaque a Joan. Esto, unido a su propia impericia y a su carácter disperso, terminó por traer la ruina del proyecto. Denunciado por sus acreedores, Joan de Amendux es encarcelado en 1567, permaneciendo allí durante 8 meses. Es en este tiempo, cuando cuenta 27 años, cuando escribe su elegía, a modo de prematuro epitafio, empezando con las palabras “hemen natza ortzirik” (“aquí yazgo sepultado”), cargadas de amargura y negros presentimientos. Puesto en libertad en septiembre de 1567, el proceso judicial se prolongará aún durante años, casi hasta la fecha de su muerte, acaecida en febrero de 1580, cuando Amendux tenía 40 años.

El poema constituye, en suma, todo un tesoro documental, por cuanto viene expresado en el idioma propio de los pamploneses del siglo XVI. Y de su antigüedad nos da una idea el hecho de que se feche tan solo 22 años después de la edición del primer libro impreso en euskara, el “Linguae Vasconum Primitiae” del también navarro Bernat Etxepare (1545). Por otro lado, los autores que han estudiado el texto han destacado la calidad compositiva, el carácter cultivado de su autor y el conocimiento de la lírica de su tiempo, a lo que yo añadiría la profundidad de los sentimientos expresados. Y todo ello choca frontalmente con la imagen caótica que de Amendux nos dejaron quienes le conocieron. Sea como fuere, y ante la imposibilidad de llegar a una verdad absoluta, nos vemos obligados a coincidir con el propio Joan de Amendux, en el mensaje final de su epitafio:

“Josafaten baturen gara, judizion elkarreki

Bitarteo lo dagigun, bakea dela guztieki”.

(En Josafat nos congregaremos, juntos en el Juicio.

Durmamos mientras tanto, que la paz sea con todos.)