Llevamos la foto en estas páginas: el selfie que Tadej Pogacar, desde el tercer peldaño del podio de la Milán-San Remo, se hizo ayer con Philipsen (1º) y Matthews (2º). Con una sonrisa de oreja a oreja. Mientras ves a otros grandes deportistas enfurruñados cuando no ganan –por aquello de la ambición deportiva, la autoexigencia y tal–, el esloveno rompe el molde. Es lo que tiene disfrutar con lo que haces y tener interiorizado que en el ciclismo se gana a veces pero se pierde casi siempre, y que lo único censurable es no intentarlo.

Michael Matthews, Jasper Philipsen y Tadej Pogacar en el podio de la Milán-San Remo MILANO SANREMO

Y ayer atacó y atacó, en un terreno que no es el suyo, y hasta esprintó, cuando las volatas tampoco lo son, y se tuvo que conformar con el tercer puesto, que quizás a alguien le pueda parecer poco pero que a él, rodeado de clasicómanos y velocistas de fémur largo, le supo a gloria. Y por eso sonreía. Palmarés al margen (y eso que es espléndido), Pogacar es un tipo que dignifica el ciclismo.