El notable desarrollo que las redes sociales han supuesto para compartir información y facilitar la comunicación ofrece también, como todo, un lado más perverso. Hablar solo de su mal uso sería simplista; detrás de infinidad de perfiles hay una clara estrategia basada en la mentira y el engaño con el doble objetivo de influir en las mentes menos analíticas, por un lado, y tratar, por otro, de generar estados de opinión que afecten a personas, instituciones y actividades políticas, económicas y sociales. La mentira corre a la velocidad de la luz por las redes y tiene un efecto multiplicador en lo tocante a rumores, llegando a confundir el infundio con la realidad cuando no a asentarlo como premisa. El riesgo es manifiesto y su alcance como arma de destrucción, también. Hay ejemplos todos los días. Y también llamadas de atención de personas relevantes.

La crítica llegó el pasado viernes a la celebración del Vía Crucis en Roma: el papa Francisco, que finalmente no participó por motivos de salud, sí que dejó escrito, entre otras reflexiones, que “basta un teclado para insultar y publicar condenas”. Lo sabe el Pontífice de primera mano, ya que a principios de año soportó una campaña en contra de la posibilidad de que la Iglesia católica bendiga a parejas en situación ‘irregular’ (matrimonios civiles, parejas de hecho o uniones de personas del mismo sexo). Posteriormente, en un tono más chusco, alcanzó una notable difusión la conversación de unos sacerdotes españoles, a cara descubierta, eso sí, en la que llamaban a rezar para que Bergoglio se fuera al cielo, santísima manera de pedir que se muera. Reciente es también el caso de Kate Middleton, esposa del heredero al trono británico, objeto de todo tipo de comentarios y especulaciones que le empujaron a comunicar que sufre cáncer. Aquí, como en otros temas de relevancia pública y alcance político, se apunta a Rusia como propalador de la desinformación, una afirmación que, por qué no, también puede estar contaminada. ¿A quién creer? Lo más reciente ha sido la recuperación de un viejo bulo sobre la transexualidad de la esposa de Emmanuel Macron, recuperado ahora por la extrema derecha, como ha demostrado la investigación de una periodista, No será lo último. Y contener este flujo tóxico no parece tarea fácil.