Llega la eclosión del pavés –hoy Flandes y el próximo domingo Roubaix– y los aficionados se relamen. Porque habrá quienes prefieran otras clásicas –la Lieja tiene también sus entusiastas–, pero son minoría. De Ronde lo tiene todo: el ambiente único de la región donde el ciclismo es una religión y los sucesivos muurs para destrozar el pelotón. Y la puntilla una semana después, apenas a 60 kilómetros de allí, en El Infierno del Norte o La última locura, donde, a falta de subidas, la selección la realizan sádicos tramos de adoquines. Por estos lares no se les da mucha cancha –el ciclismo español aún no se ha estrenado en su palmarés–, pero ahí fuera son el eje de toda la primera parte de la temporada. Como decía Freire cuando fichó por el Rabobank neerlandés: “Lo que más me ha sorprendido es que en invierno en los equipos españoles se habla del Tour y la Vuelta, pero aquí solo de las clásicas”. Otra cultura ciclista, un soberbio espectáculo.