EN esta embarrada y embarrancada sociedad de consumo, sociedad del ocio, sociedad del liberalismo capitalista, la demanda de nuestros conciudadanos a grandes gritos es la de la honestidad, demandada como balón de oxígeno en medio de una dinámica de suciedad rampante en los medios de comunicación y redes sociales, manejadas como mecanismo de manipulación. En las facultades de comunicación se imbuye a los estudiantes la necesidad de ser ponderados en el manejo de las realidades informativas, más allá de la independencia y limpieza de los discursos construidos en el día a día de la realidad informativa.

Se trata de tener principios fundamentales de actuación y construcción comunicativa. La honestidad es un sencillo y humilde elemento del juego de la actuación social de mediadores y transmisores de hechos, procesos, y valores de una sociedad abierta a la libertad y la democracia. Los responsables de la acción comunicativa tienen la responsabilidad de presentar su esfuerzo intelectual como un ejercicio de honestidad y compromiso social con los consumidores de los distintos medios. La honestidad es el mínimo exigido a los constructores de los contenidos mediáticos que cada día se deben esforzar en hacer de su práctica periodística un ejemplo de honestidad relevante en la forja de contenidos equilibrados y construidos con compromiso de veracidad y limpieza real.

El engaño o la manipulación son manifestaciones deshonestas de la práctica periodística. La mentira y la apropiación indebida son situaciones de indecencia comunicativa que frustran las relaciones con los consumidores de hechos informativos que mal construidos embarran la necesidad de certezas que no cumplen las exigencias de honestidad y decencia.