Quedé a comer con A. Sin venir a cuento, me comunicó que dada mi condición de boomer formo parte de lo que se llama nueva longevidad y me aconsejó encarecidamente que hiciera músculo. ¿Músculo? Vaya. Hasta ahora había que mantener la mente activa, andar unos miles de pasos sobre los que no hay acuerdo y comer cinco nueces. Nunca sabremos lo suficiente.

Que se me incluya en un grupo que tiene nombre de ponencia o libro pero sobre todo, y esto no me lo podrán discutir, de formación musical (¿Se imaginan Nuevas longevidades llenó el Navarra Arena o Nuevas longevidades homenajea a Serrat?) me deja más que claro que formo parte infinitesimal, pero lo empiezo a notar, de algún asunto mayor que asusta y al que se ha puesto nombre por empezar por algún sitio.

¿Qué pasa? Que no saben qué hacer con un montón de gente que no pedimos nacer a la vez y que, en la parte que me toca, soy motivo de preocupación para alguien o álguienes por algo que no ha llegado, porque, sin coqueterías, mucho habría que forzar el diccionario para que se me pueda calificar de longeva.

Es más, no sé si llegaré a serlo ni cuándo, porque está todo confuso. Personas de ochenta se sienten jóvenes y nadie les discute y a mí ya se me pone esta etiqueta. Que me lo expliquen. Tengo la sospecha de que, puesto que las personas que ponen nombres están en ese tramo de edad antes conocida como activa, nos ven un poco como a futuros adolescentes, un poco en grupo, un poco invadiendo las calles, un poco a disciplinar, un poco a reunir en actividades paralectivas llenas de refuerzos positivos y campamentos para un ocio más o menos apañado o temático o dirigido.

Lo iremos viendo.