Solo con ver el titular ya me entró el tembleque. No hay certeza absoluta, pero hay un amplio consenso en que este verano será posiblemente el más cálido que se registre hasta la fecha y viviremos episodios de calor extremo (¿A cuántos grados llegaremos?).

Hace cuarenta años, los veranos duraban cinco semanas menos y la mayor parte de las noches se podía dormir. En agosto, frío al rostro, decía mi madre. El Ministerio de Sanidad habla de la necesidad de crear una cultura del calor, es decir, de limitar las actividades a esas horas en que la calle estará intransitable, de establecer rutinas de hidratación y de protección solar. Y por mi cuenta añado que lo que no se gaste en calefacción durante el invierno habrá que gastarlo en ventiladores o aire acondicionado durante el verano. Quien pueda, la pobreza energética no conoce de estaciones. Tienes para pagar la electricidad sí o no.

Como el verano es el tiempo donde la referencia a la infancia es inevitable, pienso en los 979.493 niños, niñas y adolescentes que según Save the Children carecen de los bienes y servicios básicos para mantener unas condiciones de vida dignas, entre las que intuyo que están defenderse del frío, y en verano del calor, disfrutar del descanso, del acceso a piscinas, por ejemplo, de pasar unos días fuera de casa (según la Encuesta de Condiciones de Vida de 2022, el 35,5% de la población no pudo irse de vacaciones ni una semana al año).

Siempre he pensado que para quien quiera dedicarse a la política, tendrían que ser obligatorias dos cuestiones, la primera, conocer cómo viven las personas de todos los niveles sociales y la segunda, y más difícil, entender que las necesidades de los niños y niñas son universales y deberían ser innegociables. Buen verano.