Mientras los partidos políticos discuten sobre el reparto por comunidades de menores migrantes (causa de la celebrada ruptura entre Vox y PP), la legión de futboleros del país aclama a Lamine Yamal, hijo de un marroquí y una guineana, nacido en Esplugues de Llobregat. El crío, que mañana cumple 17 años, ha asomado al mundo, balón cosido al pie izquierdo, para hacer visible a ese grupo social que sigue estigmatizado y contra el que carga una ultraderecha que no separa el grano de la paja.

Pero claro, si juegas para el equipo llamado España, eres la estrella y lo conduces a la final, a Abascal le falta tiempo para enviar una felicitación por redes sociales. Lamine es el símbolo de una sociedad abierta que camina con los nuevos tiempos, aunque todavía hay migrantes de primera o de segunda, dependiendo de como golpees la pelota, el acierto para encestar en la canasta, lo mucho que saltas o la marca que tengas en el medio fondo.

El joven futbolista, que ya es un icono, debería tomar nota de la actitud de Mbappé, quien por dos veces pidió a sus compatriotas franceses parar en las urnas a la ultraderecha y ese mensaje seguro que arrastró miles de votos. Hay que tener en cuenta que el padre de Marine Le Pen llegó a quejarse en público de que en la selección francesa jugaban muchos negros. En contra de quienes piensan que el fútbol atonta, hay que defender que es una herramienta que puede ayudar a cambiar el mundo. Aunque sea en la prórroga.