Conforme avanza la feria se va elevando el nivel de tauromaquia. Sí es verdad que hoy en día el toreo ha llegado a un increíble estado de perfección. Se dice que nunca se ha toreado mejor que hoy, y lo más probable es que sea cierto. También se dice que jamás se ha lidiado toros de la calidad de los que se lidian en la actualidad, y puede que también es verdad. Aunque luego está el famoso tema del melón, que hasta que no se abre nadie sabe cómo es. En lo que va de ciclo sanferminero hemos visto como el ganado, por empezar hablando de lo fundamental, ha ido yendo a mejor.

Si la corrida de Victoriano del Río fue una gran corrida de toros y superaba a las dos anteriores, la de ayer de Fuente Ymbro se posicionaba por encima de ella. Muy bien hechos todos los toros, con caras que asustaban al mismísimo Gerión. Tuvieron, por lo general, comportamientos muy destacados. Aunque sí es verdad que en lo referente a este aspecto Gerión, que trataba con sus mitológicas manadas de toros de la Bética, quizás se hubiera sentido tranquilo antes los cornúpetas de Ricardo Gallardo; la corrida no se comió a nadie. Se movieron, fueron nobles y tuvieron fijeza y duración. Con esos mimbres bien se podría hacer un cesto en el que meterlos a todos ellos. Para que eso sucediera hacían falta especialistas en trenzado. Y allí estaba la terna, dispuesta a superar todo lo que en días pasados había sucedido.

Al toreo recio y bullidor, sin llegar a lo burdo, de Jiménez, le siguió el estético y preciosista de Emilio de Justo y a ambos las faenas jaleadas de Roca Rey y de Tomás Rufo que desorejaron a sus primeros oponentes con la fingida facilidad con la que lo hacen las figuras. Y decimos fingida porque en esto también hay trampantojo: una cosa es lo que parece, otra lo que es y cortarle dos orejas a cualquier oponente es labor complicada. En el caso de Roca Rey, lo suyo en esta plaza ya es liturgia. Rufo, con menos actuaciones en este coso, también le va cogiendo el aire. A Perera le quitó del triunfo una estocada mal puesta, que si no…