Todo son golpes. “Lo más peligroso del encierro son los golpes. Abundan”, me han dicho no pocos corredores. Y es cierto. Abundan los golpes propios de la lucha para coger toro. Abundan los golpes como consecuencia de las caídas fortuitas. Abundan, por supuesto, los golpes de gente. “No corras que te darás un golpe y te quedarás tonto”, le dijo a un compañero de colegio delante de mí su madre.

Y los golpes son malos. No sólo en el encierro, donde un toro y una cornada pueden aparecer de golpe. O de golpe y porrazo, que es lo mismo. Los golpes son malos también en la vida, que está llena, ay, de golpes: cada suspenso, cada “no” que recibimos, cada reprimenda de nuestro jefe, cada fallecimiento de un amigo… La vida nos arrea golpes, golpes y más golpes. Y muchas cornadas. Y uno sufre también golpes bajos, tantos como si fuera un boxeador y estuviera en un cuadrilátero. Y nos acecha la gente de mal vivir: por eso cerramos los pestillos de golpe. Y los precios suben tanto durante los Sanfermines que uno piensa que necesita dar un golpe: atracar una sucursal bancaria, o atracar el Banco de España, o atracar Fort Knox, qué sé yo.

No obstante, debemos ser ecuánimes y reconocer que no todos los golpes son malos. Ahí están los golpes de suerte: hay gente que ha conocido al hombre o a la mujer de su vida en los Sanfermines. O en el encierro, incluso. Y ahí está el santo, a limpio golpe de capote. Y a Osasuna, que tantos golpes francos le pitan en contra, le pitan a veces golpes francos a favor. Y son legión los que no pegan ni golpe durante los Sanfermines.

En fin, que todo son golpes, insisto. Buenos o malos. De hecho, vivimos a golpe de corazón. ¿Cuántos golpes dará nuestro corazón durante nuestra vida? Y mucho más frecuentes son durante el encierro, aunque lo veamos en un televisor.