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Hablando en bata

Victor Prieto

Metales y cuales

Metales y cualesEuropa Press

Tecleo esto la víspera de que la llama olímpica se funda durante los próximos cuatro años, que no es poco. Hora ya de que cada país mire al medallero y sus responsables deportivos se adornen con los méritos de otros que realmente sudan sus camisetas. No me arrastra ningún afán españolero: si un deportista compatriota (es un decir) me cae peor que sus competidores -por la razón que sea- prefiero que gane cualquiera de ellos. Excepto turcos e italianos, en ese orden, porque su esfuerzo será muy respetable, pero mis fobias son absolutamente sagradas y hasta ahí podíamos llegar, qué tanto joder.

Que generación tras generación, durante milenios y milenios, hemos construido una sociedad en la que la estupidez se enseñorea de la pista de baile mientras el sentido común se esconde en el rincón oscuro de la barra o en el baño es un hecho indiscutible. ¿Deplorable como para darnos de bofetadas hasta que asomen los pómulos bajo las mejillas? Afirmativo. Sin lugar a duda.  

Para empezar, recordemos la elección del oro como patrón económico de riqueza -hace muy bastante, pero pervive- porque brilla mucho, escasea aún más y es difícil de obtener. Una: si aceptamos el brillo como una cualidad irrenunciable empatamos a inteligencia con las truchas, que muerden un anzuelo de tres garfios llamado ‘cucharilla’ (desagradable pero ingenioso) precisamente por sus brillos. Dos: si aceptamos la escasez de un material como parámetro indiscutible de su valor, dos cagadas de cóndor deberían valer, grosso modo, el doble que un lingote de oro. Y tres: podríamos aceptar que la extracción de diamantes o esmeraldas es una dura tarea, que lo es para quienes realmente las extraen en condiciones infrahumanas y de esclavitud en varios rincones del planeta, pero no para quienes luego trafican con ellas medrando a costa de la estupidez de los más ricos (no sé si el dinero da la felicidad o no, pero en todo caso no ayuda a la inteligencia). Por eso considero que la mera existencia de las joyerías constituye un atropello a la razón que nuestra propia estulticia tolera e incluso fomenta.

Por todo ello, señorías, y volviendo a las Olimpiadas, sugiero que de cara al futuro las medallas para el campeón y el subcampeón sean de acero y de bronce, dos metales prácticos frente al oro, que ya no se usa ni en la ortodoncia. Eso nos aseguraría que lo importante es participar. Y el que quiera oro que se apunte al Minathlon: pico, pala y vagoneta con obstáculos. Si ya hubo quien sugirió la esgrima Jedi con sable láser como deporte olímpico, no veo por qué no debería prosperar esto.