Una familia linajuda
Aunque se ha dicho que José de Armendáriz nació en el seno de una familia humilde de Pamplona, lo cierto es que perteneció a uno de los más antiguos linajes nobiliarios de Navarra. Su origen radicaba en el castillo “Jauregia” de Armendaritz (Baja Navarra), y un antepasado suyo, García de Armendáriz, aparece ya entre los testigos de una donación que el mismísimo Ricardo Corazón de León, el de las películas de Robin Hood, otorgaba en Baiona en el año 1170. Y sabemos que hacia 1276 otro caballero, llamado Sancho Arnaldo de Armendáriz, lucía en su sello personal las mismas dos vacas “clarinadas” (con cencerro) que aparecen en el escudo de los Armendáriz en el Libro de Armería del Reino de Navarra. Las mismas vacas que, cuatro siglos después, el personaje que vamos a conocer hoy mandaría labrar en el escudo de su mausoleo. Y aunque se ha barajado alguna otra localidad como lugar de nacimiento, lo cierto que José de Armendáriz vio la luz en Pamplona y fue bautizado el 2 de noviembre de 1670, como atestigua en su folio nº 285v el Libro de Bautismos nº 5 de la parroquia de San Juan Bautista, sita en la catedral de Iruñea. Y sus padres fueron los también pamploneses Juan de Armendáriz y María Josefa de Perurena. Fueron abuelos paternos Juan de Armendáriz e Irisarri y Juana García de Garrués y Usechi, y abuelos maternos Juan de Perurena y Juana de Muguiro. El matrimonio tuvo tres hijos, el mayor Juan Francisco, que terminaría heredando los títulos de su hermano, el propio José, y una hermana menor, llamada Tomasa, que ingresó monja.
Carrera militar
José Ingresó muy joven en el ejército, y su carrera fue fulgurante, alcanzando para los 18 años el grado de capitán de la caballería acorazada. Participó en las campañas de Flandes, Cataluña, Nápoles, Portugal, Cerdeña, Sicilia y Ceuta, tomando parte en batallas como las de Fleurus (1690), Neerwinden (1693), en los asedios de Palamós y Barcelona (1697), en el sitio de Gibraltar (1704), y en las batallas de La Gudiña (1709) y de Villaviciosa (1710), donde tuvo una participación decisiva y en la que resultó herido. Participó también en el asedio de Barcelona (1714), en la toma de Mesina y en la batalla de Francavilla (1719). Recapitulando sobre esta brillante hoja de servicios, muchos años después y en la cima de su carrera, Armendáriz decía en una carta que él había ganado su honra “entre las balas” de la guerra, y que no estaba dispuesto a perderla “entre los chismes” de la política. Y, efectivamente, el rey premió a Armendáriz con ascensos y títulos, llegando a ser capitán general de los ejércitos, teniente coronel de las guardias españolas, comendador de la orden militar de Santiago (1699) y marqués de Castelfuerte (1711), denominación que el propio Armendáriz eligió. Entre las muchas prebendas que obtuvo destaca la de la medalla de la orden del Toisón de Oro, máxima condecoración de la monarquía española, que el rey Felipe V le entregó en persona en 1737.
Virrey del Perú
En el año 1723, y cuando era capitán general de Guipúzcoa, fue elegido por el rey para ostentar el cargo de virrey del Perú, un ascenso definitivo en la trayectoria del pamplonés. Hay que señalar que el virreinato del Perú fue un territorio inmenso, que llegó a abarcar los territorios de los actuales Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia y parte de Argentina y Chile, y que en 1723 era por tanto mucho mayor que el actual estado peruano. Armendáriz, que por aquel entonces contaba ya 53 años, se embarcó en Cádiz el 31 de diciembre de 1723, y tras diversas escalas arribó a Lima cinco meses después, el 24 de mayo de 1724. Le acompañaba un numeroso cortejo de acompañantes, casi todos navarros, entre los cuales figuraban dos sobrinos. El primero de ellos es su futuro heredero Juan Esteban de Armendáriz, de ocho años y primogénito de su hermano Juan Francisco, y el otro era José de Maldonado, de 28 años e hijo de una prima suya. También figuraba en el cortejo el brigadier de los ejércitos Luis de Guendica y Mendieta, y un tal Pedro de Irurzun, teniente de su guardia a caballo.
Armendáriz ejercerá su mando con energía, dureza y eficacia, que era lo que se esperaba de él. Luchó contra el contrabando y contra la piratería, impulsó la minería y prohibió que los barcos ingleses transportaran mercancías españolas. Desde el punto de vista militar reforzó las defensas de puertos como Cartagena de Indias, Panamá, Buenos Aires y Montevideo, y reprimió varias sublevaciones en Paraguay y otros lugares, ahorcando a los responsables. Fue enemigo acérrimo del arzobispo de Lima, y tomó disposiciones para el trato humanitario hacia los indios, aunque hablar de buen trato en el siglo XVIII no pasa de ser un eufemismo.
El regreso
Cuando José de Armendáriz termina su mandato como virrey es ya un hombre de 66 años, soltero y poseedor de una gran fortuna. Embarcó el 17 de enero de 1736, a bordo del navío insignia de su flota, una fragata de 44 cañones que se había construido bajo su mandato, y que no por casualidad se llamaba San Fermín. Tras escalar en Acapulco, Veracruz y La Habana, llegó a Cádiz el 7 de septiembre de 1736, trece años después de su partida, y residió en Madrid hasta su muerte, acompañado por sus dos sobrinos. En la corte se integró en el influyente grupo de navarros, entre los que figuraban los Iturralde, los Goyeneche o los Eslava, y nunca se olvidó de su Pamplona natal, a la que suponemos que acudía con relativa frecuencia. Allí mandó construir una magnífica residencia, con fachadas a las calles San Francisco y Taconera, en el solar donde hoy se encuentra la sede de la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona. En el año 1902 aquel palacio se transformó en convento de Salesas, aunque creemos que buena parte de sus elementos estructurales se mantuvieron hasta las obras de instalación de la MCP, dato confirmado por algunas fotografías antiguas, obtenidas a fines del siglo XIX. Del carácter suntuoso de este palacio da muestra el hecho de que en él se alojara el rey Fernando VII en su visita de 1828, y que fue sede de la Diputación entre 1824 y 1846. Tampoco podemos olvidar las numerosas donaciones de dinero y joyas que realizó a conventos e iglesias navarras, de los cuales el más famoso es sin duda el “Legado Armendáriz” del tesoro de San Fermín, compuesto por dos grandes jarras de plata, cinco bandejas de plata, realizadas en Lima y en las que figura el escudo de los Armendáriz, y un espectacular pectoral de oro y esmeraldas.
El más antiguo de Beritxitos
El marqués de Castelfuerte murió en su casa de Madrid el 16 de abril de 1740. Fue inhumado provisionalmente en Madrid, ataviado como caballero de Santiago, y su deseo de ser trasladado a Pamplona se verificó dos años después. Encontraron su cadáver “íntegro y sin corrupción”, pero hubieron de doblarle las piernas para introducirlo en una nueva caja, para su traslado a Pamplona. Fue enterrado en el convento de Santo Domingo, en una magnífica sepultura de piedra caliza negra, elaborada por el cantero Bautista Eizmendi en un estilo barroco “borrominesco”. Con el abandono de conventos tras la Desamortización iglesia y sepultura quedaron arruinados y expoliados, y en el año 1846 el mausoleo completo fue trasladado al Cementerio de Pamplona, donde quien quiera podrá hoy encontrarlo.
Terminaremos con un último detalle. Cuando el cadáver del marqués arribó a Pamplona en 1742, el Ayuntamiento organizó una misa Te Deum con repique general de campanas, disparos de salvas de artillería, y con procesión de la familia desde su palacio hasta el convento de Santo Domingo. Allí estuvo el alcalde con los maceros y la corporación al completo, el cabildo catedralicio, el virrey, el gobernador y miles de pamploneses de a pie. Siglo y medio después, en cambio, cuando en 1901 se produjo el último traslado dentro del cementerio de Beritxitos, ni un solo familiar asistió al acto, que se produjo ante la indiferencia de los pamploneses y con la única presencia de los operarios municipales. Y es que, como bien decían los romanos, sic transit gloriae mundi, así se pasan las glorias del mundo...