Pedro Sánchez hablando con Ábalos por WhatsApp de la pájara de Margarita Robles, del toca-cojones de Page y de la estulticia de Pablo Iglesias; los twits islamofóbicos y racistas de Karla Sofía Gascón que le arruinaron su candidatura a un Óscar y, seguramente, toda su carrera profesional; los mensajes sobre el novio de Ayuso y las cuentas que el fiscal general García Ortiz se apresuró a borrar; los 145 twits borrados de Elisa Mouliaá y los mensajes que envió a Íñigo Errejón y que este presentó ante el juez para demostrar que mantenían una relación cordial (la actriz le envió la imagen de un cartel de un concierto de Silvio Rodríguez. “Mira a quién nos perdimos el otro día”, le escribió, a lo que Errejón respondió: “Joder, me habría encantado”)…

Está claro que en cuestión de nuevas tecnologías estamos aprendiendo a tortas. Los que tenemos un pasado analógico estamos viviendo en nuestras propias carnes todo este proceso, aun sin llegar a los juzgados. Cuando se popularizaron las primeras plataformas lo pasábamos bomba subiendo fotos y todo tipo de información a Facebook, a lo loco. Con los años estamos viendo el peligro de todo esto y que lo de subir las fotos de nuestros niños con el culo al aire, por ejemplo, nunca fue una buena idea. Aún así muchos siguen igual y la realidad es que nuestras redes hablan por nosotros. De hecho, es habitual que las empresas revisen tu actividad digital antes de invitarte a una entrevista, por lo que cuidado con los comentarios, los chistecitos, las fotos con unas copas de más o las tonterías que compartes.

Todo lo que lanzamos al ciberespacio se queda pululando en otros dispositivos, en las copias de seguridad en la nube o en los metadatos, así que ¡ojo cuidao!