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Diez años

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Había pesimismo y resignación de la mala. Creíamos ya que nos íbamos a morir sin dejar de ver a UPN de dueño y señor del cortijo con el PSN de lacayo. Pero también había cabreo. Cabreo con la crisis, con la corrupción sistémica, con el deterioro de los servicios públicos, con el maltrato al euskera, con el ninguneo chulesco y deliberado hacia a una buenísima parte de la sociedad navarra. Era cabreo, pero cabreo del bueno, con todo y con todos, también con los nuestros y con las nuestras. Un cabreo al fin y al cabo creativo. Porque había intentos de recomponer mapas y gente que tejía complicidades, que hilaba alianzas. Pero llegaba el momento y todo volvía a conjurarse para volver a darnos de cabeza contra el muro. En el campo abertzale, nos seguía acompañando el fantasma sangriento y paralizante de una ETA inactiva pero viva.

Sin olvidar protagonismos y sectarismos que reventaban proyectos al poco de nacer. El mismo mal aquejaba a una izquierda confederal, más proclive a señalar diferencias que a advertir afinidades. Y el PSN, a lo que le dijesen en Madrid. Pero de repente, todo cuadró. La izquierda abertzale, legalizada y recompuesta. Podemos, en esperanzador despegue. Geroa Bai, con ideas frescas y estilo nuevo y dinámico. Mientras, al otro lado, la derecha desunida y el socialismo en sus horas más bajas. Una semana después del 24 de mayo todavía no nos acabábamos de creer que Uxue Barkos fuese a ser presidenta de Navarra. Tuvo mucho de conjunción astral. Una suma de factores que, al coincidir en el tiempo y en el espacio, acabaron haciendo posible lo imposible. Quizás algunos deberían mirarse en el espejo de aquellos días. Ahora de todo eso queda lo que queda. La dura realidad se ha encargado de diluir bastantes de las expectativas de entonces. Pero estuvo bien. Y UPN sigue en la oposición, al menos.