Mahler entendía la sinfonía como: “la construcción de un mundo a través de todos los medios y recursos disponibles de que me puedo valer” (a su amiga Natalie Bauer-Lchner). Y efectivamente, no se corta a la hora de acumular instrumentos: cinco flautas, cuatro oboes, cinco clarinetes, cuatro fagotes, cinco trompas, una trompa tenor, campanas, cencerros, glockenspiel, guitarra, mandolina, arpa, trompetas, trombones, percusión… y abundante cuerda. Y necesita todo este andamiaje porque concibe la sinfonía como la construcción de ese mundo con toda su complejidad geográfica, sonora y vital.
Mahler deja que comparezca en la sala de conciertos el espacio sonoro real, el que suena por las calles (segunda sinfonía), por los jardines (paseos nocturnos), en los patios del colegio (primera), o el que se escucha en el campo (séptima); y necesita introducir nuevos timbres, acomodados en su maestría de orquestación y la proverbial gestación de los efectos sonoros.
Euskadio Orkestra
Alexander Bloch, dirección.
Séptima sinfonía de Mahler.
Baluarte. Casi lleno.
3 de junio de 2025.
Así hay que escuchar su séptima sinfonía, disfrutando de los grupos orquestales que van y vienen con mayor o menos esplendor, con saturación de sonido (casi), o con apaciguamiento (los nocturnos). La Euskadiko Orkestra se presenta, colmando el escenario, con los jóvenes del máster del Musikene, muy activos últimamente y siempre bien recibidos. En el podio, Alexander Bloch, que ya pechó con la sustitución de Treviño en el concierto de enero (DN, 21-1-25). Excelente director para estas amplitudes sonoras, domina la partitura –dirige de memoria–, compleja donde las haya, y procura que todo se oiga con la mayor claridad posible. Empezando por los solistas, (abundantes y comprometidos solos entre los profesores de la orquesta), que salieron airosos (todos), desde las intervenciones de la tuba tenor, hasta el concertino.
Pero es el entramado orquestal que surge de los individuos lo que importa. Bloch expande sus brazos para subrayar el predominio del metal, pero, también, se atempera cuando la cuerda se pone lírica. Su gesto claro no ha lugar a dudas. Todo fluye en este inmenso mosaico, que de lo más sombrío a lo más esplendoroso; y, lo que es mejor, el titular de la velada consigue que esos detalles tímbricos y su colorido, se oigan y aprecien, –el de la trompa tenor, por ejemplo, en el primer movimiento–. En el segundo, (el primer nocturno), está muy conseguido el delicadísimo eco de la trompa, y el acogedor sonido de la cuerda. El vals un tanto dislocado, del tercero, Bloch lo concibe sin exagerar lo grotesco, pero con bastante rubato, (compás libre). Surge de nuevo la intimidad en el segundo nocturno, con bellas prestaciones del oboe, concertino, trompas (aquí también son más pacíficas), y chelos.
Y el final, raro en Mahler por lo triunfal, es, el que, a la postre, más impresiona al oyente. Según Tomás Marco, nos atrae porque es audaz al presentar el orden musical detrás de un inmenso caos. Una buena versión de esta, muy poco programada, sinfonía. Quizás, en algún momento, se me quedó un poco enterrada la cuerda (un lujo nueve contrabajos), por el metal, aunque más lo achaco al difícil control de la acústica de la sala. Cerramos el curso, irregular por el cese del titular, a lo grande. Y el próximo se presenta con una muy interesante programación.