Un tal David Baró, de profesión mentalista, recordaba en La Vanguardia la diferencia entre decir ‘esta paella está buenísima, pero algo salada’, a afirmar que ‘está algo salada, pero buenísima’. La segunda parte es la que queda y el orden de los factores altera el producto. Pedro Sánchez había convertido la aversión que despierta en la derecha en parte de su fuerza motriz, pero el seísmo en Ferraz, el bombazo detonado, puede derrumbar todo, incluso a él mismo y su leyenda perruna. La capacidad autodestructiva de la izquierda se confirma infinita. El PSOE ha hecho cumbre en vergüenza ajena. Sánchez ha mostrado, como mínimo, una clamorosa falta de olfato, un cuadro de anosmia severa, hasta que el gas ha explotado y se han tambaleado los cimientos socialistas. El Gobierno español amenaza colapso y un sálvese quien pueda, y que Cerdán no haya entregado ya el acta de diputado ahonda, si cabe, la conmoción. Si hay efecto dominó quedará un partido aplastado, un trauma de época, y el progresismo yacerá en coma por largo tiempo, con la vieja guardia sacando en procesión a San Felipe de Sevilla, como tótem y chamán eterno. Madina y González ya hacen manitas, y Susana Díaz ajusta cuentas con Sánchez. A los tamborileros de la gran coalición se les está poniendo el relato propicio: urnas, debacle del PSOE y apoyo a Feijóo so pretexto de no dejar gobernar a Vox.
Pedro Sánchez ha mostrado, como mínimo, una clamorosa falta de olfato, hasta que el gas ha explotado y se han tambaleado el PSOE y la Moncloa
Las alternativas
Y eso que la semana había comenzado con Feijóo del brazo de Mazón. El presidente del PP tenía difícil alcanzar la Moncloa sin un PSOE autodestruido y ahora está mucho más cerca de conseguirlo. Así llegaron Aznar en 1996 y Rajoy en 2011, y no hay dos sin tres. Estamos en la cuarta radicalización de la derecha desde la última legislatura de González. La segunda mutación vino del apoyo entusiasta de Aznar a la invasión de Irak. La tercera oleada la sufrió Zapatero tras su llegada al poder y terminó alcanzando incluso a Rajoy, un blando para una derechona echado al monte. El cuarto momento es el actual. Aznar ha estado en todas las fases de esta deriva. Como aspirante, como presidente y expresidente y como ideólogo. Su marca, como la de González, es indeleble.
Hay un PP que no parará hasta que el grueso de Vox regrese a la casa del padre Fraga Iribarne, ministro franquista de propaganda y escaparates, padrino de Aznar, Rajoy y Feijóo. El tema es a qué precio. Por cierto, el periodista Giles Tremlett acaba de publicar el libro Franco. El dictador que moldeó un país, editado por Debate. Tremlett analiza la dictadura franquista como “una forma de pensar, de callar y de convivir con la sumisión”. Y se pregunta cómo un hombre sin carisma ni ideas complejas logró unificar bajo su mando a conservadores, fascistas, reaccionarios y católicos.
Medio siglo después las cuatro familias han pasado a ser cinco. Según Enric Juliana, el PP oficial de Feijóo, el PP de Ayuso, Vox, Alvise y el espacio Espinosa de los Monteros. Ofertas para la chavalada mercantil que se cree ungida y bizarra, y que pretende, según la tradición, poner los huevos sobre la mesa. La España heredera del señorito Iván existe y explosiones como la de Ferraz la catapultan. El señoritismo macarra está de moda.
Contexto global: el seísmo del PSOE llega cuando muchos en España justifican hasta el tiro al muerto de hambre en Gaza. Ultras que apoyan este horror con el ademán impasible. Son un drama, y esta semana han cobrado una ventaja extra. Es todo muy obsceno, dolorosamente obsceno y agotador.