Lograr un curro de verano es uno de esos peldaños del crecimiento por el que casi todos pasamos en su día. Como socorristas de piscinas, cuidando críos, dando clases particulares… Antes de empezar la verdadera vida laboral, supimos qué era trabajar en una tienda o en sus almacenes, de monitores de campamentos o en la recogida de la uva. Se trataba de dedicar una parte de aquellos largos meses de estío a sacar pelas para futuros estudios, viajes con colegas o comprar algún capricho. Pero, para los muy sanfermineros, aquel esfuerzo no invadía los nueve días sagrados del año.
Mientras se pudo, del 6 al 14 eran fechas intocables, destinadas sólo a gozarla. Ahora, por lo que me cuentan, ya no es así. Empieza a ser legión el número de chavales de Pamplona que renuncian a sus fiestas, a cuanto ello significa, para dedicar la primera quincena de julio a ganar dinero. Por variadas y muy respetables razones, muchos de nuestros hijos optan por bregar de camareros, pinches o reponedores de bebidas en locales de hostelería o se pelean, manguera en mano, contra la porquería incrustada en las calles del Casco Viejo, por poner sólo dos ejemplos. Es su opción, faltaría, pero inventamos los Sanfermines a lo largo de los tiempos para nosotros. Para todos nosotros, al menos en teoría.