La cumbre de la Alianza Atlántica celebrada esta semana ha dejado el agridulce sabor a concesión sin concreción que puede acabar siendo una patada a seguir en materia de Defensa y Seguridad europeas. La concesión evidente es al relato del presidente estadounidense Donald Trump, al que más allá de los agasajos, lo que le importaba era un compromiso de inversión de sus socios europeos. Conseguido éste, al menos formalmente, la necesaria reflexión sobre la defensa europea sigue en barbecho. Trump fue muy explícito al manifestar su percepción del compromiso que reclama a sus socios europeos: quiere que gasten y quiere que le compren a la industria militar estadounidense. Para ello, ha puesto sobre la mesa una referencia aleatoria del 5% del PIB que no cumple él mismo y que, en tanto estadística, puede quedar hueca si no se acompaña de programas nítidos de inversión. Inversión y no adquisición es lo que precisa la política de Defensa europea. Una autonomía que evite la dependencia estratégica que ya se ha experimentado en el pasado en materia energética y tecnológica. El gran negocio que está suponiendo la importación de hidrocarburos desde EE.UU. por el boicot a Moscú es una experiencia golosa que Trump pretende repetir con la seguridad. La amenaza al Gobierno de Sánchez va en esa dirección: aranceles para que la economía española aporte a Estados Unidos lo que no quiere gastar en material militar. No parece casual, en ningún caso, que esta presión, no ya sobre la economía española sino sobre el conjunto de las de la Unión Europea, se produzca precisamente cuando se encara la fase definitiva del diálogo comercial interatlántico. La amenaza de guerra arancelaria no puede considerarse un éxito para los intereses de la Administración Trump, pero carece de estrategia alternativa. El doble juego de gasto militar y relación comercial es solo uno para el presidente y debería ser entendido también así por Europa para propiciar una cohesión inexistente. En primer lugar, la coordinación de la política de Seguridad y Defensa debe ser superior en el nivel autónomo europeo: identificar prioridades propias y no depender de las ajenas. Además, el desarrollo de una industria de defensa propia es más útil para el tejido productivo tecnológico europeo que una compra sin retornos.