Que el cerebro humano es un abismo insondable en el que retumba la agitación del universo, eso ya lo sabemos, Lutxo. O deberíamos, viejo amigo. Que el cerebro humano, como bien intuyó el neoplatónico Edesio de Capadocia, es un sensor del ser, eso lo entiendo yo y lo entiende cualquiera, creo. Yo no tengo nada contra eso. Pero que el cerebro individual es la mazmorra en la que uno o una está encerrado, eso también. Y de ahí no se puede escapar. Cada cual aferrado como un reo a sus mugrientos barrotes, viejo gnomo. Ese es tu destino: el cerebro que te ha tocado. Lo curioso (lo cómico, si quieres) es que todo el mundo está contento con su cerebro. Nadie querría otro. Pregúntale a Miguel Ángel Rodríguez a ver si cambiaría su cerebro por otro. Seguro que no. La gente puede odiar su cara, puede odiar su culo, puede odiar su pelo. Pero no su cerebro. Todo el mundo se contenta con su cerebro. Les preguntas si lo cambiarían por otro más sabio y bondadoso y te dicen que no. Que más vale malo conocido que bueno por conocer.

Qué fatal fanatismo el de esta especie de simios arrogantes y perfumados. Unos días tienes la duda de que el mundo podría estar lleno de gente sin sentido que no hace más que hablar de cosas absurdas y otros, sin embargo, estás totalmente convencido de ello, Lutxo, le digo. Y entonces me dice que Miguel Ángel Rodríguez tiene un cerebro prodigioso y un corazón de oro. Y que no necesita que le cambien nada de nada porque lo tiene todo de primera calidad y ademas es muy guapo y simpático. Será garrulo. A veces, me cuesta creer que seas un producto de mi mente, Lutxo, le digo. Y me suelta: ¿Y nunca se te ha ocurrido pensar que a lo mejor es al revés?