La fotografía socioeconómica de nuestras calles, desde las laderas de la Montaña Alavesa a la Ribera navarra sin obviar la costa vizcaína y guipuzcoana, arroja hoy una sombra de incertidumbre que las cifras macroeconómicas no logran disipar. No es una percepción subjetiva: es el agotamiento de un modelo de bienestar que se agrieta por la base más elemental, la de la subsistencia diaria.
La cohesión de la que siempre han presumido Navarra, Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se enfrenta a una prueba de estrés sin precedentes: la desconexión total entre lo que cuesta vivir y lo que se percibe por trabajar. La inflación alimentaria en este 2025 que está a un paso de concluir ha dejado de ser una tormenta pasajera para convertirse en un clima estructural de carestía. Los últimos informes del Instituto Nacional de Estadística (INE) y del Eustat son demoledores y no admiten matices: productos esenciales han sufrido escaladas que rozan lo insostenible.
El precio de los huevos ha escalado un 12%, la fruta fresca un 15% y la carne –pilar de nuestra dieta– se ha encarecido un 18%. En un territorio que hace de la soberanía alimentaria su bandera, el hecho de que llenar la nevera suponga un ejercicio de equilibrismo financiero es, sencillamente, un fracaso colectivo que los estudios de la OCU ya califican como una barrera de acceso a la salud. Mientras el coste de la vida viaja en alta velocidad, los salarios en Hegoalde se mueven por vías secundarias en comparación.
Según el Consejo de Relaciones Laborales (CRL) y las estadísticas del Ministerio de Trabajo, el incremento medio en los convenios apenas roza el 4,3%. La matemática es cruel: la brecha con el IPC real de la compra es un abismo que devora el ahorro y la confianza de las familias vascas y navarras. Ante este escenario, la solución no admite trincheras, sino un gran pacto de rentas que proteja la viabilidad del sistema.
Huevos, café, carne de vacuno y chocolate disparan sus precios en lo que va de año, con alzas de dos dígitos
Nos encontramos ante una responsabilidad compartida donde la clave reside en la voluntad política y social para equilibrar la balanza. Es imperativo que las instituciones vascas y navarras sigan liderando una estrategia que combine la adecuación salarial con incentivos fiscales y ayudas directas que alivien la presión sobre el consumo básico. Solo a través de una concertación inteligente de todos los agentes se expantará el riesgo de una quiebra social.