Clínica Josefina Arregui
Estoy aquí, sentada en el patio de la residencia Josefina Arregui de Alsasua. Los rayos de sol acarician mi cansado cuerpo. Del interior brota un momento de lucidez, no es nuevo, al contrario, cada vez son más numerosos desde que vine. Miro a mi alrededor observando a mis compañeros, a nuestros familiares y a estas personas que, gracias a su vocación, a su sensibilidad y profesionalidad, nos ayudan.
Junto a esta gran familia me pregunto: Si cierran este centro, ¿qué va a pasar con todos nosotros? ¿Y con los que están en lista de espera? ¿Quién nos cogerá la mano en nuestras noches de insomnio? ¿Quién nos dará el tratamiento personalizado que aquí nos proporcionan? ¿Quién nos tranquilizará, con sus palabras cariñosas, cuando nos invada la angustia?
Estamos hablando de la posibilidad, real, del cierre por inanición, del único centro preparado para nosotros. A pesar de sus escasos recursos, nos proporcionan un tratamiento profesional, humano e individualizado para todos y cada uno de los pacientes en el que también participan nuestros familiares.
¿Quieren de verdad su cierre?
La mayoría somos pacientes que estamos en nuestra última etapa de la vida (por desgracia cada vez llegan más jóvenes). Hemos trabajado, hemos cotizado, hemos creado, con nuestras carencias y nuestros esfuerzos, una sociedad, creíamos mejor y más justa para los que viniesen detrás. Esperábamos no pasasen tantos sacrificios... Ahora nos encontramos con otra realidad. Lo que creíamos ganado para lo venidero, ni siquiera lo tendremos asegurado nosotros.
¿Por qué un lugar donde paliar nuestro dolor, proporcionarnos mejor calidad de vida y darnos los cuidados del centro Josefina Arregui nos lo condenan?
¿Quién, quiénes y cómo se harán cargo de nosotros cuando este oasis, dentro del desierto foral, lo hayan cerrado?