Acoso y amenazas
Escribo esta carta porque es la única vía que me queda para expresar públicamente toda la rabia, la impotencia e indignación que siento y porque me resisto a aceptar y asumir la única respuesta que repetidamente la llamada Justicia y sus representantes me han dado.
Soy una mujer de 35 años que durante unos meses me he visto sometida al repentino acoso, a los insultos, a los mensajes llenos de connotaciones sexuales y a las amenazas de muerte de un vecino con nombre y apellidos, pero que este perverso sistema me prohibe citar. El individuo en cuestión se instaló en mi edificio el mes de enero y a los 3 meses comenzaron a producirse los hechos. Desde el primer instante no dudé en denunciarlo ante la Justicia, confiando plenamente en ella y en su poder para poner freno a estos hechos tan terribles. Pero para mi sorpresa, todas las campañas de publicidad en defensa de la mujer, esas que nos prometen apoyo, seguridad y protección, y nos animan a denunciar cualquier situación de maltrato, acoso e indefensión, han resultado ser mero marketing, una gran farsa y mentira. Aquí me gustaría hacer un inciso para reconocer y agradecer públicamente todo el apoyo social que he recibido y la labor de algunos miembros del Cuerpo de la Policía Foral por haber hecho un buen trabajo. Pero quien realmente tiene el poder y la potestad para poder actuar (Juez de Instrucción nº4 de Pamplona y Jueza de Paz de Villava) no han considerado los hechos lo suficientemente graves y el primero ha denegado la orden de alejamiento y la segunda lo ha absuelto por no creer que haya pruebas suficientes que demuestren su culpabilidad, a pesar de que casualmente este individuo tiene multitud de denuncias acumuladas desde el año 2004 por amenazas y coacciones entre otras, además de una orden de alejamiento a otra mujer.
Creo que siempre, en primer lugar, debemos tratar de prevenir, y si las leyes en estos casos no contemplan muchas situaciones y están mal planteadas, habrá que dar los pasos necesarios para mejorarlas. Lo que está muy claro es que el sistema falla desde el momento en el que a diario tenemos que escuchar noticias en las que mujeres inocentes mueren a manos de desalmados. Ahora sólo me queda la tranquilidad de haber sido valiente, haber denunciado y la esperanza de que mi testimonio tenga algún peso o valor en un futuro. Pero no puedo evitar que me produzca un gran dolor y desasosiego saber que detrás de mí habrá otras víctimas que tengan que pasar por todo este sufrimiento y quién sabe si algún día tendremos algo que lamentar.