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¡Un respeto a la infancia, por favor!

Estamos en tiempo de crisis. Desafortunadamente, esta crisis afecta también a los valores.

Un antiguo proverbio iroqués nos dice que tenemos que trabajar por todos los habitantes y por todos los niños y niñas de las próximas siete generaciones. Pero nosotros no velamos ni por la actual. La cultura de la infancia se llena de palabras vacías de significado y se recorta porque, entre otras cosas, los niños y niñas no tienen ni voz ni voto. Se hace caso omiso a las investigaciones que aseguran que la etapa infantil es crucial en el desarrollo de la persona. Se prefiere petachear los daños colaterales que aparecen en la adolescencia y la edad adulta con tratamientos y reeducaciones.

Los padres y las madres tienen que adaptarse a un mundo laboral precario y cambiante que exige movilidad y disponibilidad y los servicios a la infancia se masifican. ¿Acabaremos cambiando los pañales de los niños en una cinta rotatoria y se incentivará la productividad? ¿Pondremos un sistema que permita alimentar a tres o cuatro lactantes a la vez para subir los ratios y ahorrar dinero? ¿Inventaremos el abrigo air bag que se infle a la hora de salir al patio y que nos permita ahorrar el tiempo que supone el aprendizaje de dicho proceso? ¿Dejaremos de realizar salidas y los sustituiremos por tours virtuales, más económicos y con menos gasto de personal?

La inversión en la infancia es la mejor que una sociedad puede hacer.

Si seguimos atacando la educación infantil sin hacer caso a las voces de alarma, al final nuestra bonita pirámide de población se caerá cual torre de Babel.

Por todo ello, en su nombre y en el mío propio, ¡un respeto a la infancia, por favor!