Antes de que tu cabeza aparezca de rey de burlas con flores de papel; antes de que te amarren de pies, cintura y manos al tronco del gran castaño del patio; antes de que tengas la espalda abrasada de peladuras de burro; antes de recordar que la muerte no tiene ningún sentido del ridículo; antes de que alguien apague la luna, mientras sopla un viento fresco oloroso a entrañas de la selva, debo rendir pleitesía a alguien que no conozco, a ti, Gabriel.

García Márquez, Gabo para los amigos, porque me han informado de forma fina de que tienes demencia senil, es decir, que te estás transformando en un viejo loco al que no es conveniente acercarse ni al aliento, porque, según tú, la vejez es contagiosa.

Antes de que se nos pudra el corazón, quiero ordenar para ti la posición de la luz y la conducta del calor, como Úrsula en Macondo, donde una fecha de nacimiento quedaba reducida al último martes en que cantó la alondra en el laurel.

Cuando esa solemne cabeza de indio imaginario que tienes empiece a huir por el desagüe poco a poco, disolviéndote a ti de ti mismo, diluyendo tu soledad infinita de más de cien años, convirtiéndote en marioneta, tranquilo, los que vamos a morir te saludaremos en la misma soledad consciente.

Nos veremos en Macondo y nos reiremos del mundo, de la partícula de Dios y del gobierno, sin astillar corazones, perseguidos por el ventarrón de la dicha.

Sin más. Besarkada haundi bat, Gabo.

Daniel Ezpeleta