Putin se encargará de desbaratar la hoja de ruta diseñada por la UE y EEUU y procederá a restringir las importaciones metalúrgicas y de productos alimenticios y a aumentar los aranceles aduaneros sobre Ucrania con el objetivo de doblegar al sector europeísta ucraniano mediante la asfixia económica y la inanición energética, al tiempo que utilizará el arma del chantaje energético a la UE para resquebrajar la unidad comunitaria, en la certeza de que tanto Alemania como Francia no dudarán en sacrificar a Ucrania en aras de asegurar su abastecimiento energético.
Así, tras la negativa de Gazprom a rebajar las tarifas gasísticas vigentes desde el acuerdo ruso-ucraniano de 2009 y conminar al nuevo Gobierno interino de Kiev a pagar la presunta deuda acumulada (estimada en unos 2.200 millones de euros), asistiremos a una nueva edición de la guerra del gas ruso-ucraniano de 2006 que tendrá como efectos colaterales importantes recortes de suministro en varios países de la UE (el gas ruso abastece en más de un 70% a países como los Países Bálticos, Finlandia, Eslovaquia, Bulgaria, Grecia, Austria, Hungría y República Checa y más del 80% del total del gas que la UE importa de Rusia pasa por Ucrania), lo que, aunado con la intervención del Ejército ruso estacionado en la base de Sebastopol (Crimea), provocará la división de Ucrania en dos mitades casi simétricas y separadas por el meridiano 32 este, quedando el sur y este del país (incluida Crimea) bajo la órbita rusa mientras el centro y oeste de la actual Ucrania navegarán tras la estela de la UE, episodio que significará de facto el retorno al endemismo recurrente de la Guerra Fría Rusia-EEUU.