No sé cuándo los hombres van a entender que la lucha contra la violencia sexista no es cosa de mujeres, es cosa de toda la sociedad: hombres y mujeres, pero sobre todo de hombres.

Bien está que haya cada vez más hombres que nos acompañan en nuestras manifestaciones y reivindicaciones y que en gran parte son nuestros compañeros más progresistas, que hace 40 años nos decían: “Ya te hago la compra o ya te pongo la lavadora” y tendían la ropa ante el asombro de vecinas y vecinos que no han evolucionado en la misma medida en que lo hemos hecho nosotras.

No han entendido que en esta lucha por la igualdad, todos y todas salimos ganando y quienes tienen que cambiar fundamentalmente son ellos y que mucha de la violencia actual se está produciendo por esta brecha de desigualdad en la evolución de los dos sexos y que ellos no han puesto toda la carne en el asador para que los hombres cambien, en la misma medida que lo hemos hecho las mujeres para cambiar.

No han entendido el feminismo y se han puesto a la defensiva, como si fuera algo contra ellos, o como mucho transigen con ello y tenemos que ponerles medallas.

¿Para cuándo se van a crear asociaciones de hombres contra el machismo? ¿Para cuándo ellos van a convocar manifestaciones contra la violencia de género y van a comentar, con agrado: “¿Han venido muchas mujeres?” ¿Para cuándo van a enarbolar la lucha contra esta terrible plaga, que son ellos los que la provocan y nosotras las que vamos al hospital y morimos?

Son ellos y su lucha la que tiene que cambiar. Si ellos no se vacunan desde pequeños en todos los ámbitos de la vida, esto no cambia. Nosotras no podemos hacer otra cosa que autoprotegernos y exigir que la sociedad nos proteja, se ponga de nuestra parte y nos defienda a nosotras y a nuestros hijos e hijas contra sus abusos.

Estamos en una lucha desigual por unos derechos que a los hombres les vienen dados de marca. Poco podemos hacer si los hombres no dejan de matar, de violar, de dominar, de juzgar, de pagar, de estigmatizar, de criminalizar, de explotar, de tratarnos como mercancía, como arma de guerra y a nuestros hijos e hijas como moneda de cambio y chantaje emocional. Estamos muy cansadas.