Se anticipa, para evitar malentendidos, que mis simpatías por Nicolás Maduro y sus formas de gobierno son cero. Pero sí diré que me parece absolutamente impresentable la postura de los demócratas cabecillas del Partido Popular y Ciudadanos, Pablo Casado y Alberto Rivera, de reconocer de inmediato la autoproclamación por la brava y porque le sale del arco del triunfo de un “presidente encargado” (las comillas son suyas) en Venezuela. Esto supone, desde todo punto de vista y por muy incruento que se quiera hacer ver, un golpe de Estado de libro que es lo que defienden y me temo (porque dan miedo) que estarían plenamente dispuestos a hacer sin ningún complejo el jefe de los Populares y su fotocopia parece que igualmente trajeada y recién salida de El Corte Inglés (con perdón, es un decir) de sus ciudadanos.

Y también y no menos, las palabras de dos auténticos dinosaurios, Felipe González, pidiendo a los países de la Unión Europea que apoyen el golpismo y reconozcan al golpista, y del ministro de Exteriores, Josep Borrell, dejando caer como quien no quiere la cosa el reclamo de un proceso de “intervención” (¿?), sin aclararnos de qué tipo (¿militar quizás?) lo solicita.

Y rápidamente, sin perder comba, otro diplodocus, José María Aznar, se pronuncia sin complejos igual que ya lo hizo en 2002 con el fracasado líder golpista Pedro Carmona, para luego quedar con el culo al aire.

A las dictaduras se las combate con acciones democráticas, no con el golpismo. Pero ya se ve que lo llevan en la sangre: los golpistas se retratan.