ciertamente he ido perdiendo oído. Y es una faena porque siento que me pierdo mucho de la vida. Estoy suspirando por reunirme con mi familia o con los amigos y, después de una tarde de estar con ellos, vuelvo a casa con la sensación de haberme enterado, como se decía antes, “de la misa, la media”, o sea, que no me he enterado de muchas cosas. Da mucha rabia especialmente cuando llegan esos momentos en que todos se ríen a carcajadas y me doy cuenta de que no he pillado la anécdota o el chiste. Suele pasar que estoy escuchando bien y de repente, ¡zas!: una frase muy rápida o alguien que interrumpe y ya me he perdido lo importante. Y entonces no sé qué hacer, si seguir la corriente y hacer como si me hiciera gracia sin saber cuál es ésta, o quedarme como estoy, cosa que desentona un poco con el ambiente de risas. Yo procuro que no se enteren de que no he oído bien.

Me suele pasar que escucho los sonidos pero no acabo de distinguirlos porque quien habla lo hace a mucha velocidad o sin vocalizar. Si hago saber que no le he entendido, entonces, en vez de hablarme más despacio o con más clara vocalización, me chillan, como si no hubiera escuchado porque no me diera la gana, o como si le pidiera repetir por puro capricho. ¿Por qué molesta tanto repetir algo a alguien que no oye bien?

Esto de no enterarme y que me chillen cuando tienen que repetir lo que acaban de decir, se produce cada vez más, y más cuanta más confianza tenemos. Me tratan como el profesor trataba al alumno que, en vez de escuchar, se dedicaba a mirar por la ventana o pinturrajear en el cuaderno, ajeno a lo que decía, y cuando veía que el profesor había pedido hacer algún ejercicio, decía eso de “¿profesor, puede repetir?”. Pero no es mi caso: vivo bien atento a todas las conversaciones, porque siempre me ha gustado eso de contarse batallitas, reírse con las cosas que nos pasan y saber de los demás.

Les voy a confesar algo, así entre nosotros: tengo un cuñado que se llama Guillermo y que se está quedando medio ciego por una diabetes. Y le tengo envidia porque a él le tratan muy bien. Su familia y amigos entienden que ha perdido vista y le ayudan, le acompañan. Le siguen queriendo y teniendo consideración a lo que ha ido perdiendo para intentar que siga haciendo la misma vida que hacía. No le gritan por no ver. Le tengo envidia porque a mí no me pasa lo mismo. A mí sólo me dicen “¡Ponte el sonotone!”, de muy malas maneras. El aparato para oír mejor ya lo he probado, pero me vuelve loco porque amplifica todos los sonidos de alrededor, no sólo los que necesitaría y sigo sin enterarme cuando hablan rápido. Llevar el aparatito no me asegura que me entere de las conversaciones y sí en cambio me llegan muchos sonidos molestos que había dejado de escuchar, como las sillas arrastrándose por el suelo, los platos y cubiertos chocando cuando recogemos la mesa, el golpe de alguna puerta?

Vaya, que no me pongo el aparato. Y me chillan. Y yo me conformaría con que hablaran un poco más despacio, un poco más claro, vocalizando un poco más. Y que no se interrumpieran unos y otros, que no hablaran todos a la vez. A veces es un guirigay. En la televisión también pasa esto, y en la radio. Se ha cogido la mala costumbre de hablar todos a la vez, interrumpirse? no hay la mínima educación. Y esto no nos facilita las cosas a los que hemos perdido oído.

Me gustaría que me trataran con la misma consideración con que sus familiares tratan a Guillermo: que tengan en cuenta que he perdido oído, pero no es mi culpa, como muchas veces parece. Y que la solución es bien sencilla: hablar más despacio y vocalizando. Tampoco es tanto pedir ¿no?