El miércoles pasado en Condestable se presentaron los proyectos elegidos para la transformación de un monstruoso monumento, símbolo y homenaje a los que defendieron lo que han dado en llamar la Cruzada, con sus barbaridades todavía hoy tiradas en las cunetas de Navarra. Oyendo argumentos para sostenerlo en pie se recurrió a todo: “legado enriquecedor”, “espacio democrático”, “punto de atracción”, “espacio inclusivo”, “punto de encuentro”, “lugar para aprender de él” hasta “urbanismo de género”, pero lo que me movió las tripas es aquel de “ introducir vida”. ¿Cómo vas a introducir vida en un monumento a la muerte y sus mortíferos ejecutores? Alguno se encargó de recordar que en Navarra hubo más de 3.000 desaparecidos por ejecución, sin existir frente de guerra. No se puede ni se podrá sustituir, inventar, transformar, validar este espacio, este sitio, mientras no se abra el horizonte del final de Carlos III, mientras no veamos entrar la luz del sur en esa plaza siempre oscura, aborrecida y evitada.

Hay cosas en la vida que no están a nuestro alcance transformar con cemento y hormigón, son los sentimientos, los recuerdos nunca nunca enterrados nunca al alcance de nadie, por eso digo que hasta que no entre la luz en esa plaza no habrá hormigoneras que sepulten la memoria y no descansarán en paz las cunetas de Navarra. Hablemos de un espacio de luz y silencio y en ese silencio que cada uno haga de él lo que reconforte alivie o le sirva, sin ruidos y sin odios. Eso sí, agradecer al alcalde, al Ayuntamiento, a los arquitectos que con buena voluntad han aportado su esfuerzo e imaginación por solucionar un espacio cargado de emociones y sentimientos intentando recuperarlo para esta ciudad, que es un gusto vivir en ella. Gracias a todos/as.