Estamos deseando cantar la primavera, no sólo la que pronto derretirá la nieve de nuestras cumbres, sobre todo la que aguará el hielo en el corazón de los humanos. Me preocupa el blindaje a la urgida compasión. Me asustan las cifras que se están dando a conocer de la población española que está contra el indulto a los presos políticos del procés. Me preocupa, no sólo porque la larga e injusta sombra se pueda prolongar, me preocupa sobre todo por la enajenación del hermano sufriente, que esas estadísticas denotan. No somos de esteladas, ni de nuevas fronteras, no somos de “¡Ni un pas enrere!”, ni de nuevas Repúblicas independientes..., intentamos ubicarnos en la cabalidad, intentamos instalarnos en el centro del corazón.

Me preocupa porque, quienes engrosan esas tristes estadísticas, también son mis conciudadanos y también quiero lo mejor para ellos. También deseo que se emancipen de una cárcel más peligrosa que es la de su propio rencor. Esto no es una cuestión política, es una cuestión de humanidad, de pura, sencilla, evidente humanidad. El Estado intolerante, que nunca se avino siquiera a hablar, juzgando a quienes estuvieron siempre aguardando a que alguien se sentara “en la silla” del diálogo imprescindible.

Me preocupa esa humanidad bien maquillada que se priva de su “vermouth” o paseo dominical para viajar hasta Waterloo y meter el dedo en la llaga del dolor ajeno... Me preocupa el olvido del primordial principio de solidaridad humana. Hacemos votos por el pronto eclosionar de las primaveras interiores, sobre todo en el corazón de quienes visten toga y golpean solemne martillo en la mesa. Con Forcadell y Cuixart en su declaración ante el Supremo.