El movimiento civil de la gran marcha del retorno del pueblo de Gaza ha cumplido un año. Semana tras semana decenas de miles de personas han desfilado de manera ordenada y pacífica hasta las vallas que les encierran en su lugar de exilio para exigir el retorno a sus lugares de origen desde donde ellxs o sus antepasados fueron expulsadxs por el sionismo.

Desafiando a los francotiradores israelíes, han pagado con ojos, brazos y vidas por reclamar la justicia más elemental. Miles de gazatíes armadas solamente con banderas y su dignidad, niñas, niños, médicos, periodistas y personas en sillas de ruedas han sido asesinadas o mutiladas por el ejército israelí, el mismo que ha impuesto durante más de 12 años el encarcelamiento y violento hostigamiento de la población de la franja.

Los jóvenes soldados israelíes, inculcados con sentimientos de superioridad y odio por el sistema sionista, se jactan en medios sociales de su destreza a la hora de matar y herir a bocajarro a seres humanos, como si de una gran cacería deportiva se tratara.

Un reciente informe de la ONU ha tipificado las últimas acciones de Israel en Gaza como crímenes de guerra. ¿Cuál ha sido la reacción de los gobiernos occidentales? Desinterés generalizado y, en el caso de los gobiernos norteamericano y británico, apoyo activo a Israel en su política genocida.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, esforzándose para ganar las próximas elecciones en coalición con un partido abiertamente fascista, ha considerado cada agresión contra el pueblo palestino y contra el derecho internacional como un reclamo electoral. La sociedad israelí pide cada vez más violencia y represión, Netanyahu se esfuerza en concederle sus deseos y las potencias occidentales le ríen la gracia, animándole así a aplicar medidas cada vez más extremas.

La administración Trump, abandonando cualquier intento de aparentar ser árbitro y defensor del derecho internacional, ha validado el expansionismo sionista en Jerusalén y los altos del Golán y va camino a hacer lo mismo con respecto a Cisjordania.

Una vez consumada esta política, las cosas quedarán más claras. Muerto el viejo y engañoso plan de dos estados, uno israelí y otro palestino, será más obvio que la única solución justa es la de compartir la tierra de Palestina/Israel con derechos iguales para todos sus habitantes.

Así, la comunidad internacional -y especialmente la UE- tendrá que dejar su cómoda posición de equidistancia y reconocer que Israel es un estado de ocupación colonialista y de apartheid, ya que niega de manera consciente y sistemática los derechos a la población palestina.

No es un asunto que la comunidad internacional puede ignorar con la cínica esperanza de que el pueblo palestino se resigne a su propia desaparición. Ha demostrado con 70 años de lucha que no dejará nunca de reclamar sus legítimos derechos, reconocidos por la ONU, de retornar a sus tierras y pueblos, y vivir y votar en condiciones de libertad e igualdad con la población israelí.

Internazionalistak Auzolanean