Ahora que todos andan a la gresca contándonos lo majos que son, se me ocurre con qué tranquilidad se puede ser reaccionario y demócrata a la vez. Sin sonrojarse, ni que te crezca la nariz como a Pinocho. Escuché hace días en televisión a un médico de una prisión de por ahí lejos (las cárceles siempre están lejos y llenas de otros) decir que hay cuatrocientas plazas sin cubrir. ¿Por qué? Pues, lisa y llanamente, porque el puesto se cotiza, a la baja no, a la bajísima: mil cuatrocientos euros menos que un médico normal. Tras la selectividad, los años universitarios y las prácticas, a ver quién es el guapo que da el callo ahí, salvo algún fan de Tomás Moro, ya en decadencia. Para mayor inri, contaba el galeno, tienen que hacer de médicos de cabecera, traumatólogos, cardiólogos, oftalmólogos? Ni pensar quiero, considerando que en la mejor Seguridad Social del mundo la cita con un neurólogo cuesta casi dos meses, con un traumatólogo de dos a tres, y con un cardiólogo parecido (este añadido es personal, de este mismo año), no quiero pensar, decía, qué puede suponer ahí tener algún achaque, virus, bacteria o pérdida de la razón. Requiescat in pace.