Hace unos días una vecina de Sotogrande me contaba su última peripecia sanitaria: un tonto tropezón dio con ella en tierra con el consiguiente susto y magulladuras pero sin aparentes daños mayores; acudió al Hospital de La Línea; allí le detectaron unas mini-fracturas en el húmero y la operaron implantándole unas prótesis artificiales. Hasta ahí todo, digamos, normal: el hospital nuevecito y el personal sanitario amabilísimo ¡estaba como niña con zapatos nuevos! Pero su asombro radicaba no tanto en la eficacia y modernidad de la resolución quirúrgica sino en que, días más tarde, había recibido una carta de la Seguridad Social en la que, con todo detalle -cual si se tratase de la factura de un taller de reparaciones- se expresaban uno por uno toda la suerte de artilugios que le habían implantado.

Al escucharla recordé mi encontronazo, hace casi 50 años (¡cómo pasa la vida!) con la entonces novísima contabilidad de costes, cuya peculiaridad permite llegar a saber con minucioso detalle todos y cada uno de los costes de cualquier proceso productivo ya sea de un bien o de un servicio cualquiera. Después, durante toda mi vida profesional, he presenciado cómo la Banca ha implantado dicha contabilidad de costes en todos sus procesos. Todavía me acuerdo cómo se quejaban los interventores de las sucursales porque les obligaban a llevar el control no solo de los bolígrafos o del papel consumidos sino que “la fiebre de datos” llegaba ¡Válgame dios, hasta la cuantificación del gasto en papel higiénico!

Está claro que la Seguridad Social, como organismo público que es (ahí precisamente radica su valor), no ha de regirse por criterios puramente economicistas como si fuera un banco, pero eso no quita que sería bueno que les explicara a los atendidos no sólo la serie de elementos que les ha implantado sino qué, además, les añadiese -a título informativo- el coste del servicio. Así, los pacientes podríamos apreciar mejor el benéfico retorno de las cuotas abonadas. ¡Claro que aún y todo el mayor beneficio quedaría siempre sin cuantificar! ¿Cómo se cuantifica la inexistencia de interés crematístico? ¿Cómo se valora la verdadera independencia de criterio? Todos sabemos que la medicina privada tiende a incrementar los tratamientos, las estancias e incluso las intervenciones en aras a aumentar los beneficios no sólo de la salud del paciente sino también del bolsillo de los dueños de la clínica. Lamentablemente el ánimo de lucro está siempre presente en la mente del galeno que ha de buscarse las habichuelas por cuenta propia.