Siempre se ha dicho que el kurdo conforma el pueblo sin Estado mayor del mundo. Se trata de uno de los pueblos más abandonados a su suerte de la historia. Aquellas promesas de establecer un Estado propio tras los cambios producidos en el mundo después de la Primera Guerra Mundial quedaron convertidas en agua de borrajas, pues se interpusieron otros intereses de las nuevas potencias dominantes en la zona, como fueron Francia y Gran Bretaña, que prefirieron la formación de otras naciones bajo su dominio.

Ahora -y llevan décadas- persiste la presencia de los kurdos en varios países que no están dispuestos a reconocerles como un Estado propio, a lo sumo alguna región autonómica como ocurre en la zona del norte de Irak. Apoyados por Estados Unidos, han destacado su lucha contra el llamado Estado Islámico. El presidente Trump los deja plantados, lo que aprovecha ese amigo de la paz llamado Erdogán para invadir y controlar una zona del norte de Siria con el pretexto de combatir el terrorismo islamista, cuando lo que quiere es acabar con el predominio de los kurdos en ella.

El demócrata otomano amenaza a la Unión Europea con la apertura de fronteras para que puedan entrar en Europa, según dice, más de tres millones de refugiados. La UE está conmovida y asustada ante tal posibilidad. La ONU -preocupaciones por el cambio climático al margen- convoca el Consejo de Seguridad para no hacer nada, como casi siempre, porque en realidad está supeditado al dictado de las cinco potencias que rigen el destino de este organismo. Veremos lo que pasa, pero los kurdos, una vez más, han sido postergados en la geopolítica internacional. ¿Hasta cuándo?