cada principio de año tiene lugar en esta localidad suiza la reunión del Foro Económico Mundial, popularizado como el Foro de Davos, donde los principales actores del poder y el dinero se reúnen para tomar el pulso a la actualidad desde la óptica de sus particulares intereses, aunque nos afecten a todos. En esas mismas fechas, Oxfam también se hizo presente de manera bien diferente con la presentación de su informe anual sobre la desigualdad mundial con esta llamada: La desigualdad económica está fuera de control.

Para el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, el manifiesto que elabora Davos ofrece "la mejor respuesta a los desafíos ambientales y sociales de hoy". En apariencia, este manifiesto parece algo loable cuando insta a que las multinacionales traten a los clientes con dignidad y respeto y que midan el rendimiento no solo por el dividendo de los accionistas, sino también por cómo consiguen sus objetivos sociales, ambientales y de buena gobernanza. Lo cierto es que la duda planea ante la falta de concreción sobre si todo ello resulta una estrategia para conseguir un mayor control de la vida política y las políticas públicas por parte de las multinacionales.

¿Por qué dudar? Al menos existen dos razones. La primera, porque la realidad mundial se corresponde con las denuncias de Oxfam más que con el buenismo de los informes del grupo de Davos. La segunda razón para dudar nace de las propias declaraciones del Foro, que no mencionan nunca mecanismos de cumplimiento legales para asegurar que las grandes corporaciones cumplan sus compromisos sociales. Se queda todo en un voluntarismo que no cuestiona el propósito principal de lucro insostenible ni las graves consecuencias de la pobreza y la desigualdad existentes.

Junto a los verdaderos objetivos de estas reuniones idílicas en Suiza, resulta preocupante que el Manifiesto proponga una mayor participación -intervención- en las decisiones generales de la sociedad al sentirse una parte interesada más de la sociedad en el futuro global junto con los gobiernos y la sociedad civil. En otras palabras, piden un papel mayor en la gobernanza mundial y en la toma de decisiones en lo que es competencia exclusiva de los gobiernos, tratando de evitar en lo posible los mecanismos democráticos de control fiscal, sanitario, etc.

Lo peor es que el modelo trata de perpetuarse a la vista del Manifiesto que presentó Schwab afirmando que las grandes corporaciones deben aprovechar este momento para asegurar el capitalismo como el nuevo modelo dominante. "La codicia es buena", enfatizaba un jovencísimo Michael Douglas cuando interpretaba el film Wall Street, aunque haya que utilizar mentiras y utilizar fraudes.

Cuando contrastamos el informe anual Oxfam Intermon con las aparentes buenas intenciones de la reunión de Davos y su imagen por congeniar los beneficios de los accionistas con el verdadero y necesario desarrollo mundial, no es posible ponerse de perfil y mirar para otro lado. Me llama la atención el escaso eco de este informe ante lo impactante de sus datos y conclusiones que nadie desmiente. Denuncia que el valor económico del trabajo de cuidados no remunerado que llevan a cabo en todo el mundo las mujeres asciende al menos a 10,8 billones de dólares anuales, una cifra que triplica el tamaño de la industria mundial de la tecnología. Las 2.153 personas milmillonarias que existen poseen más riqueza que 4.600 millones de personas; el 1% más rico de la población tiene más del doble de riqueza que 6.900 millones de seres humanos. Resulta sorprendente que los 22 hombres más ricos del mundo poseen más riqueza que todas las mujeres de África juntas no se sea el titular de todos los informativos.

El informe señala también la existencia de estudios que demuestran que las grandes fortunas eluden hasta el 30% de sus obligaciones fiscales. Tan solo el 4% de la recaudación fiscal mundial procede de los impuestos sobre la riqueza. Y así todo el informe. Como no puede ser de otra manera, Oxfam reclama a los gobiernos de todo el mundo que tomen medidas urgentes para construir una economía más humana y justa en lugar de alimentar una carrera insostenible de acumulación de riqueza.

Finalmente, resalta el desigual interés informativo de este informe y la cobertura de Davos. Una razón de más para que toda persona de buena fe, demócrata, o que se diga cristiano, se posicione ante las enormes desigualdades fuera de control que maquilla Davos, pero que son la realidad en buena parte del planeta.