e repente todos somos vulnerables: no hay clase social, ideología o grupo social que quede inmune. La emergencia se impone y la sombra del Armagedón planea sobre nuestras cabezas. Los gestos y costumbres cambian impelidas por la prescrita esterilización y el miedo nos atenaza y paraliza manteniéndonos inanes frente al destino. Costumbres tan ancestrales como el roce, el gesto afectuoso o cordial se vuelven peligrosos. La inseguridad se apodera del mundo y los viejos vicios se tornan indiferentes ante el nuevo rasero. La histeria se hace viral y el papel higiénico se agota en los supermercados, prueba irrefutable de que nos estamos cagando de miedo.

No conviene perder los nervios dificultando aún más la labor de aquellas personas que nos pueden ayudar. Si ellos se infectan ya no nos podrán asistir, son un sector de riesgo y hemos de hacer todo lo posible por favorecer su gran labor. Y lo mismo con el resto de profesionales que cubren las actuales vicisitudes... Las prospecciones que se hagan en un futuro quizá indaguen en nuestra basura revelando que el miedo irracional enterró el exceso de consumo que ahogó nuestra esperanza. Dios no lo quiera.... ¿Ahuyentarán las plegarias a los gérmenes? Mejor olvida la procesión y el besamanos y reza al dios Amazon: cinco mascarillas noventa y nueve con noventa y nueve.

Los medios de comunicación conducen nuestra respuesta ante la hecatombe. Ya nadie lee el periódico en el bar, la cercanía se vuelve imposible, sin fútbol, sin deporte al aire libre, sin salir de copas, sin cine ni conciertos, sin finde... Hay que cambiar de costumbres. Alguien alertó sobre “los finales del mundo”, como si una vez ocurrido el primero pudiera haber más... y sí, los habrá porque cada uno tendremos el nuestro. Diferente, propio, coincidente o no con el resto, pero siempre insoportable.

Nuestra maleabilidad se ha caracterizado por la adecuación al medio y, ahora más que nunca, la interconexión y el conocimiento marcan nuestra existencia. Puede que ello nos salve si sabemos gestionarlo con inteligencia y solidaridad. Porque se trata de salvarnos en conjunto y no hay búnker que valga ante la extinción generalizada. No hay precedente y este test crítico no admite simulacro, es veraz sin posibilidad de rebobinar y jugar de nuevo. No hay repetición de la jugada. Es aquí y ahora, y la virtualidad puede favorecer nuestra respuesta y ganar la batalla al tiempo. Es una crisis sanitaria, escuchemos a los que saben y sigamos sus indicaciones, no dificultemos su labor. Tenemos un excelente sistema sanitario, no lo colapsemos.

Como ha ocurrido en múltiples ocasiones en el largo camino de la humanidad, la estupidez y la genialidad conviven entre nosotros cual paradoja existencial, alternando en coordenadas de beneficio e intención: inteligentes, piratas, pringados e idiotas, al decir de las leyes de la estupidez humana del preclaro Carlo María Cipolla. No todos somos idiotas pero sí que cometemos estupideces. Lo que nos diferencia es lo que hacemos después, la enseñanza que sacamos. El peor enemigo podemos ser nosotros mismos.