or favor dejen trabajar a los dobladores!" es la frase que se oye por la megafonía del coso de la monumental de Pamplona la segunda semana de julio, apenas dadas las 8 de la mañana. También es la frase que algunos compañeros de mi empresa vocean cuando otras personas se meten en su zona de trabajo y, sin querer ni saber, molestan en la realización de las tareas. Pero, ¿quiénes son los dobladores en este encierro del coronavirus?, pues son el personal sanitario.

En primer lugar, los virólogos, que son los biólogos especializados en el estudio de los virus, una peculiar e interesante forma de vida. Los clasifican, averiguan cómo se transmiten, replican y mutan, también estudian cómo es su cápsula para poder así saber cómo evitar su contagio, propagación y control. Después las enfermeras y auxiliares, que son la cabeza de playa, las que están en contacto con los enfermos, los cuidan y atienden constantemente las 24 horas del día. Luego los médicos, que deben realizar un correcto triaje y diagnóstico. Y por último los psicólogos y capellanes escuchando y tranquilizando a los enfermos.

Una vez más nuestros dirigentes políticos han caído en los mismos errores de siempre. Primero presumiendo de nuestro sistema de sanidad, olvidándose que hasta el mejor jugador del mundo todavía no ha ganado un mundial. Y es que para ganar hay que jugar en equipo, y ellos hasta ahora han usado al personal sanitario como pantalla. Segundo, como siempre más pendientes de los votos y el qué dirán que de actuar. La confusión en la población es normal cuando hemos pasado de alerta amarillo claro a ultrarroja en un clic.

Los medios de comunicación han estado más preocupaos en contarnos minuto a minuto el partido y las continuas modificaciones del marcador, asustando a la audiencia, y se olvidaron de explicar las estrategias a seguir en cada momento. Hemos escuchado muchas imprecisiones e inexactitudes, por decirlo de un modo elegante.

Los virus y las viras, como les gusta decir a muchos, no entienden ni de fronteras ni de clases sociales ni de preferencias sexuales, y una vez han llegado y dado su tiempo de incubación, ya la progresión es inevitable teniendo en cuenta que la población en su totalidad es susceptible de enfermar por ser algo nuevo. Este era precisamente el temor de todo el personal sanitario. Y ahora, cuando estamos siendo arrollados, la pedagogía y las explicaciones llegan tarde y, caídos ante la manada, lo mejor es usar el sentido común y esperar que los morlacos no se fijen y se ceben en nosotros, y con suerte pasen de largí gracias al trabajo de nuestros dobladores.

Mientras la economía especulativa sufre la mayor caída, y a nivel global se ralentiza, la llamada economía productiva es la que debe tirar del carro. Se cierran los centros educativos y se apela al teletrabajo, el que pueda. Los autónomos y eventuales ven peligrar sus ingresos y empleos, pero las medianas y grandes empresas deben seguir produciendo, aunque sus trabajadores sean el objetivo preferido del virus, personas de mediana edad. Se da la paradoja que muchos de sus trabajadores están en contacto con más personas que sus hijos en clase. Y vamos a vivir la distopía de vivir únicamente para trabajar y después encerrarte en casa para ser alienado por la pantalla y no tener contacto físico con nadie. Todo un experimento social a gran escala.

No debemos olvidar que los enfermos ante todo son personas y, desde luego, la Ley de Protección de Datos, que impide a un progenitor saber las notas de su hijo, es un caladero a la hora de que sepamos hasta el mote de los enfermos.

Ha habido muchos bulólogos y tertuliólogos y pocos expertos que en su momento explicasen que el verdadero peligro no era el virus en sí mismo, pues su letalidad es baja y asociada a otras complicaciones, sino a la alta probabilidad de colapsar nuestro eficiente sistema de salud. Como desgraciadamente ha ocurrido con el brote de Vitoria. También algunos han querido sacar réditos electorales (sanidad pública/privada) cuando no tocaba.

Por no enumerar la cantidad de grandes profesionales de la biología, la gran mayoría formados a costa de nuestros impuestos inicialmente y su prolongado sacrificio individual, y que están en la diáspora laboral y cuyo retorno será para disfrutar de la merecida jubilación.

Una vez más sufrimos el unamuniano dicho "el que inventen/investiguen ellos", y así nos va. Un último apunte para que tome nota el responsable de turno. En esta última convocatoria, una vez más los biólogos, junto con los psicólogos, somos los que más aspirantes hay por plaza de BIR/PIR.

El autor es vocal de la Junta del Colegio Oficial de Biólogos (La Rioja, Navarra y Cantabria)