Corría el año 58 antes de Cristo cuando Julio César comenzó la guerra de las Galias, contienda que demostró la superioridad logística, estratégica y armamentística del ejército romano. Y fue precisamente en esta guerra donde el emperador inventó el Cifrado César, el primer método de encriptación de la historia. Lo utilizó para enviar un mensaje a Cicerón, que se encontraba sitiado y a punto de rendirse, sustituyendo las letras del texto de forma que fuera ininteligible para el enemigo. Para encriptar el mensaje, cada letra era reemplazada por la otra que ocupara tres posiciones posteriores en el abecedario.Dos mil años después, el nazismo sofisticó este cifrado de mensajes mediante la creación de una máquina, denominada Enigma, utilizada para su comunicación interna durante la Segunda Guerra Mundial. Veinte años después de la guerra, se desveló que un grupo de matemáticos polacos y un equipo español consiguieron hackear la máquina, lo que fue decisivo para derrotar a la Alemania nazi. El mundo moderno tiene hoy muchos secretos que resguardar de las miradas indiscretas y, algunos de ellos poseen un valor monetario incalculable. Por eso, gobiernos, empresas y particulares desarrollan mecanismos automatizados para mantener a salvo su información más confidencial. El problema es que sus enemigos también disponen de refinadas herramientas para intentar violar estas protecciones informáticas.El cifrado de las comunicaciones digitales garantizan la ciberseguridad de nuestras acciones cotidianas, como enviar un correo electrónico, consultar nuestro extracto bancario o realizar una compra en Internet. Para protegernos de los ciberataques, los ciudadanos debemos utilizar herramientas de comunicación seguras y los gobiernos formar a los usuarios para que puedan prevenir los accesos maliciosos, al igual que Julio César en su famosa batalla de las Galias.