Probablemente, Kafka y Sartre sean dos de los autores que mejor han escrito sobre la angustia del aislamiento y la alienación social, aparte de haberse significado por insertar tales sentimientos en el centro de sus obras literarias.En primer lugar, Gregorio Samsa- en La Metamorfosis, al despertarse un día se palpa como si fuese víctima de una pesadilla, pero la sabandija en que aparece convertido es perfectamente real. Tanto el creador de esta novela como el protagonista que lo representa se muestran alejados de la realidad en un sistema cerrado, y son incapaces de integrarse en el mundo de las personas normales. Ambos reproducen la sarcástica situación de tristeza absoluta sufrida por infinidad de seres humanos que se hallan más solos que nunca, precisamente en tiempos de portentosos medios de comunicación. En segundo lugar, Sartre, en A puerta cerrada, dentro de una habitación de hotel, donde tres únicos personajes que soportan el abandono más extremo: una mujer lesbiana, otra infanticida y un pederasta están condenados a convivir para siempre, destinados a contarse sus cuitas en un hospedaje sin salida. Al final, sale a relucir una apodíctica frase del autor: “El infierno son los otros”, que corona la pieza teatral.En efecto, según Sartre, cada uno es el demonio para “el otro”, pues el hombre se ve obligado a estar solo en compañía de… frente a la pétrea mirada “del otro” que, con su injustificable presencia, lo reduce a la condición de cosa.Por último, esta idea anterior confirma mi sospecha de que la mascarilla ha llegado, por siempre jamás, como algo muy idóneo para el distanciamiento de una nueva normalidad, ya que, al igual que se usa en ciertos países asiáticos para filtrar el aire de polución atmosférica, psicólogos sociales y teóricos de la moda la cambiarán en amuleto disuasorio contra la violencia de género o en fetiche labial para los prolegómenos del juego amoroso.